viernes, 19 de febrero de 2010

MONSEÑOR ÓSCAR ARNULFO ROMERO

Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (* Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero, fue un sacerdote católico salvadoreño, cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.



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El misterio de Mendoza, el verdugo del arzobispo Romero

El 24 de marzo se cumplen 30 años del asesinato del arzobispo de El Salvador, cuya figura y compromiso con los pobres y desheredados se agiganta con el paso del tiempo. Se sabe que lo mató un mercenario argentino, y el Gobierno cree que se trata de un ex policía federal, cuyo nombre es Roberto Alfieri González.

Por Juan José Salinas
lesahumanidad@miradasalsur.com

El 24 de marzo se cumplen 30 años del asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, cuya figura y compromiso con los pobres y desheredados se agiganta con el paso del tiempo. Se sabe que lo mató un mercenario argentino, y el Gobierno cree que se trata de un ex policía federal, cuyo nombre es Roberto Alfieri González. El mismo que en 1988 asesinó a un policía hondureño que, al parecer, se disponía a arrestarlo por extorsionar a médicos.

El primer gobierno del ahora moderado Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y en especial el presidente Carlos M. Funes Cartagena, un carismático ex periodista, se propusieron establecer quiénes, cómo y por qué mataron a Romero. Por lo pronto, y teniendo en cuenta que es el salvadoreño más conocido y respetado, lo entronizaron como prócer nacional. Hasta el punto de que hace un mes el presidente brasileño Lula visitó El Salvador y depositó una ofrenda floral y pronunció un sentido discurso ante su tumba.

Prácticamente ya se sabe todo acerca de quiénes y por qué encargaron el asesinato del arzobispo, que en su última homilía, la víspera de su muerte, se atrevió a ordenarle en nombre de Dios a la junta cívico-militar que cesara una represión que en 1980 fue mucho más cruenta que la desatada en la Argentina en 1976.

Alcanza con señalar que durante los funerales del obispo, para disolver la multitud de más de 50 mil personas en torno de la Catedral, los escuadrones de la muerte hicieron explotar una bomba mientras desde el segundo piso del Palacio Nacional francotiradores disparaban sus fusiles a discreción. Unas 40 personas murieron en el acto y hubo más de doscientos heridos.

El instigador del asesinato de Romero fue el Grupo Miami, integrado por oligarcas como Enrique Altamirano Madriz, ayer y hoy dueño del sensacionalista El Diario de Hoy, virulento opositor al gobierno. Su intermediario fue el mayor Roberto D’Abuisson, promotor de los primeros escuadrones de la muerte, ex jefe de Inteligencia de la Guardia Nacional, virtual jefe de inteligencia del ejército y futuro fundador del partido de extrema derecha Alianza Republica Nacionalista (Arena), que llegaría al poder en 1989, en medio de la misma ola neoliberal que depositó a Carlos Menem en la Casa Rosada. Y en medio también del clímax de una guerra civil que duró 12 años, con un saldo de más de 80 mil muertos y desaparecidos.

Uno de los lugartenientes de D’Abuisson, el capitán Alvaro Saravia, perdió una agenda cuyo hallazgo permitió establecer, incluso, cuánto habían aportado las catorce familias que controlan el país al hacer la vaquita que financió la ejecución de Romero, reconoció ya en los ’80 el embajador de los Estados Unidos, Robert White, que asumió el cargo poco después de consumados aquellos crímenes.

Hasta la asunción de Funes, la impunidad de los asesinos fue tan grande que el ministro de Defensa fue el coronel Mario Molina (hijo de otro coronel, Arturo, que, fraude mediante, fue presidente salvadoreño entre 1972 y 1977) de quien se sabe que fue el nexo entre D’Aubuisson y el sicario. Hasta se sabe quién fue el chofer del Volkswagen rojo que condujo al killer desde un hotel hasta la capilla del Hospital de la Divina Providencia, dónde Romero oficiaba misa. Lo único que no se sabe es el nombre del barbudo que desde el vano de la puerta de la capilla disparó una sola bala explosiva que destrozó el corazón del obispo.

La identidad del sicario. “El mercenario que aceptó el contrato del magnicidio fue un argentino, Emilio Antonio Mendoza (… ), que se encontraba como asesor de los torturadores de la sección de inteligencia (G-II) de la fatídica y desaparecida Guardia Nacional” de El Salvador, afirmó hace un año una asociación de veteranos de la guerra civil salvadoreña en la web de los socialistas centroamericanos.

Hace dos semanas, el periodista Santiago O’Donnell, volvió sobre el tema en Página/12. Recordó que un cable del jefe de la estación de la CIA en Tegucigalpa a sus jefes en Langley, Virginia, afirmó taxativamente que “el oficial militar argentino Emilio Antonio Mendoza, fue enviado en 1980 a Honduras junto a otros argentinos por el general (Roberto Eduardo) Viola” y que tras llegar “admitió haberle disparado a Romero”.

Dicho télex fue desclasificado con numerosas tachaduras en medio de un lote de 12 mil documentos oficiales de los Estados Unidos sobre El Salvador. Tanto quien era entonces el jefe de la CIA para Centroamérica, Duane Claridge (a) Dewey, como el embajador White, recordaron aquella impactante información, pero señalaron que el remitido era material crudo, en bruto, sin procesar. Lo que acaso pueda explicar imprecisiones en los nombres de pila del asesino argentino que utilizaba como cobertura el apellido Mendoza. Según confirmó el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, el gobierno argentino cree que Mendoza y el ex oficial de la Federal que se llama o se hacía llamar Roberto Alfieri González (RAG), son la misma persona.

La existencia de RAG salió a la luz el 18 de marzo de 1988, cuando quien dijo ser su esposa, Aura Lilian Martell, denunció en Tegucigalpa que había desaparecido misteriosamente del Departamento Nacional de Investigaciones, donde estaba detenido. Al dar la noticia, el diario El Heraldo señaló que RAG había sido herido de bala el 23 de febrero a eso de las 17 luego de asesinar a “un agente de inteligencia” y que era “un extorsionador de médicos y supuesto subversivo”.

RAG había salido de las Clínicas Viera luego de haber obligado al médico José Ramón Vásquez a extenderle un cheque por 2.467 lempiras. Vásquez, que ya le había dado una tarjeta de débito y su clave, se había armado de valor y lo había denunciado a la policía. Que tuvo así el modo de atrapar a quien se identificaba alternativamente como José Francisco Díaz Mendoza, Carlos Chacón, Carlos Godoy o el doctor Héctor Manuel Murcia Pinto (un médico al que había asaltado a punta de pistola), dedicándose a la extorsión de prósperos galenos, amenazándolos con matarlos a ellos o a sus familias, preferentemente a sus hijos.

El ex policía argentino entró y salió de Clínicas Viera llevando sobre sus ropas un guardapolvo blanco a fin de mimetizarse entre médicos y enfermeros. A la salida, primero se dijo que tres y luego que cuatro policías de civil comenzaron a seguirlo, supuestamente para verificar si tenía cómplices.

Una de cowboys. La versión policial fue confusa y experimentó variaciones con el paso del tiempo. Por fin, se fijó en una escena digna de un film del Far West: que alguien saludó a uno de los polizontes con un estentóreo “¿Qué tal, sargento?”, ante lo cual, el seguido se habría vuelto con un arma en la mano y disparado contra el subteniente Jorge Moya Maldonado, en momentos en que éste también desenfundaba y disparaba. Moya Maldonado recibió sendos disparos en la cabeza y el pecho y murió casi de inmediato. El seguido resultó herido en el costado derecho.

Raro que los compañeros del occiso no le dispararan en su defensa. El herido fue trasladado en medio de un importante despliegue policial al Hospital Escuela, donde fue registrado como “José Francisco Díaz Mendoza”. Esa noche, tras verificar que no estaba herido de gravedad, los policías lo sacaron del hospital. En el ínterin, personal del hospital lo reconoció como el extorsionador serial de médicos.

Unos días después del tiroteo y captura, el vocero de la Fuerza de Seguridad Pública, mayor Manuel Antonio Urbina, dijo que “tenemos en nuestro poder a un individuo que se dedicaba a extorsionar a médicos en la capital, pero como no quiere hablar, no sabemos cuál de los nombres que utiliza es el verdadero. Es un subversivo (sic) de altos quilates y tiene acento chileno o argentino”, puntualizó, subrayando que debía tratarse de “un guerrillero”. Aunque no lo pareciera, lo estaba protegiendo.

Cuando Aura Lilian Martell denunció la desaparición de RAG, quedó claro que el preso era argentino, y no precisamente un discípulo del Che. En cumplimiento del primero de los tres recursos de hábeas corpus que presentó, un oficial de justicia que recorrió el Departamento Nacional de Investigaciones no encontró argentino alguno en sus bartolinas, como llaman en Centroamérica a los calabozos. La mujer insistió en que sabía que su esposo estaba detenido allí por una confidencia de un agente y exigió que al oficial de justicia se le exhibieran todos los detenidos.

“Yo estoy segura de que Francisco Díaz Mendoza y Roberto Alfieri son la misma persona”, dijo. Y explicó que la descripción física del herido que había hecho El Heraldo coincidía con la de su marido desaparecido, que, afirmó, era “capitán de policía en la Argentina y fue nombrado agregado militar de ese país en El Salvador hace algunos años”.

Por orden de la dictadura. Si bien el grado de capitán no existía ni en la Federal ni en las diversas policías provinciales, Martell puntualizó que RAG había alcanzado dicho rango “en el Ejército argentino, y que por orden del gobierno de su país ingresó al servicio de inteligencia de El Salvador”. Que RAG no era “un subversivo”, sino un agente de la dictadura de argentina quedó acreditado el 22 de marzo, cuando el consulado argentino abogó ante las autoridades por su pronta reaparición.

Así, después de que su mujer presentara un tercer hábeas corpus, esta vez ante la Corte Suprema, luego de 53 días de estar en paradero desconocido, el miércoles santo, cuando ya los tribunales habían entrado en receso y no había periodistas que hicieran preguntas molestas, el “ingeniero eléctrico Roberto Alfieri González” (sic) fue entregado a la justicia. En el ínterin, el juez Francisco Morazán había dispuesto la remisión del detenido a la Penitenciaría Central.

Cuando los periodistas fueron a entrevistarlo, Alfieri les dio una versión inverosímil de los hechos: negó haber estado en las Clínicas con Vásquez y dijo que le habían acertado tres tiros cuando iba a la peluquería que está en la planta baja del Hotel Las Rondas. Que habían sido los mismos policías hondureños quienes habían matado a Moya al hacer fuego cruzado, en un tiroteo con un tercero al que venían siguiendo. Y que, como el muerto, él había quedado en medio de la balacera. Alfieri confirmó que la mayor parte del tiempo lo habían tenido escondido en el Departamento Nacional de Investigaciones, pero aseguró que lo habían sacado para torturarlo, muy posiblemente en batallones alejados de Tegucigalpa, ya que sólo se oía “el ruido del viento entre los pinos”.

Dos meses después, en declaraciones al diario La Tribuna, fue más preciso: “Me sacaron y llevaron a unas celdas que yo pienso que están ubicadas en la colonia 21 de octubre. Estoy seguro de que esas cárceles pertenecen al Batallón 3-16 porque algo así escuchaba en las pláticas que entablaban algunos de los que me interrogaban y golpeaban”, dijo.

A imagen y semejanza. El tenebroso Batallón 3-16, responsable de centenares de asesinatos y desapariciones, se había constituido a comienzos de 1982 “a imagen y semejanza del Batallón 601” de Argentina, en el cual debía revistar Alfieri (aunque no aparezca en la lista recientemente publicada por Veintitrés), puntualizó hace un año el dossier elaborado por el Movimiento de Veteranos de Guerra del Ejército Nacional para la Democracia.

El batallón se conformó a principios de 1982. Contó en sus inicios con instructores argentinos, chilenos, de la CIA y del FBI, siendo acaso el más dedicado “el mayor Mariano Santamaría”, es decir el argentino Juan Martín Ciga Correa, que ya había estado involucrado en el asesinato del general chileno Carlos Prats, perpetrado en Buenos Aires en 1974. Pero el represor más famoso surgido de las filas del batallón era el filoargentino (mantenía un vínculo personal con el general Carlos Suárez Mason) Fernando Billy Joya Amendola, alias “el licenciado Arrazola”, promotor de los escuadrones de la muerte llamados Lince y Cobra, a quien el año pasado el torvo dictador Roberto Micheletti nombró ministro asesor en temas de seguridad. Billy Joya y Alfieri están sospechados de haber sido cómplices en 1983 del asesinato de dos periodistas norteamericanos.

RAG le dijo a La Tribuna que a comienzos de los ’80 fue asesor de la policía de Guatemala: luego, en 1982, asesor de la Guardia Nacional de El Salvador, y que por fin se radicó en Honduras, casándose con Aura Lilian y dedicándose al comercio y la agricultura. Sin embargo, al dar la noticia de su desaparición y en base a los dichos de Aura Lilian Martell, Tiempo Nacional había revelado que Alfieri había ingresado a Honduras en 1980. Y ante La Tribuna, luego de aseverar que Alfieri no era “ingeniero eléctrico” sino, además de militar, “ingeniero agrónomo”, la mujer ratificó que había sido por orden del Ejército argentino, que RAG “ingresó a El Salvador en 1980”.

En 1988 este periodista inició la publicación de una serie de tres extensas notas sobre Los mercenarios argentinos en Centroamérica en el mensuario El Porteño. En la segunda nota (Operación Bananas) se identificó a varios expedicionarios. Entre ellos estaba “Alfieri, Roberto”. Sin embargo, en aquellos tiempos sin internet, la noticia de la reaparición de RAG todavía no había llegado. A un distinguido colega, el periodista y escritor uruguayo Fernando Butazzoni, le pasó lo mismo 17 años después, en 2005, cuando luego de un viaje a Cuba expresó su firme convicción de que Alfieri había participado en Honduras del asesinato de dos periodistas norteamericanos, Dial Torgesson y Richard Cross.

Butazzoni consignó que Alfieri había desaparecido “misteriosamente en 1988”; que “su esposa hizo la denuncia correspondiente, en Tegucigalpa primero y ante el relator especial de la OEA para los Derechos Humanos, en Buenos Aires” después. Y concluyó: “Que yo sepa, el caso nunca se aclaró”.

Miradas al Sur

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Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país. Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977)




En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas; Monseñor Romero recibió el título de Siervo de Dios. El proceso de canonización continúa. En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América. Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad, incluyendo a la Comunión Anglicana.Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres

Infancia y juventud

Óscar A. Romero nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, en el departamento de San Miguel (El Salvador). Era el segundo de 8 hermanos, hijos del matrimonio formado por el telegrafista y empleado de correos, Santos Romero y Guadalupe Galdámez.[1] Fue bautizado, el 11 de mayo de 1919, en la iglesia parroquial de su ciudad natal. Desde niño tuvo una salud muy frágil, fue retraído y callado. En la escuela pública donde estudió, destacó en materias humanísticas más que en matemáticas.

Practicó desde su infancia, la oración nocturna y la veneración al Inmaculado Corazón de María.

Carrera eclesial

En 1930, a la edad de 13 años ingresó al seminario menor de la ciudad de San Miguel, que era dirigido por sacerdotes claretianos, posteriormente, en 1937 ingresó en el Seminario de San José de la Montaña, en San Salvador; ese mismo año, viajó a Roma donde continúo sus estudios de teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Vivió en el colegio Pío Latinoamericano (casa que alberga a estudiantes de latinoamérica) , hasta que llegó a ser ordenado sacerdote, el 4 de abril de 1942, a la edad de 24 años.En Roma fue alumno de monseñor Giovanni Batista Montini, (futuro papa Pablo VI).

Regresó a El Salvador en 1943 siendo nombrado párroco de la ciudad de Anamorós, en La Unión; después fue enviado a la ciudad de San Miguel donde sirvió como párroco en la Catedral de Nuestra Señora de La Paz y como secretario del Obispo diocesano, monseñor Miguel Ángel Machado.

Posteriormente fue nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador en 1968. El 21 de abril de 1970, el papa Pablo VI lo designa Obispo Auxiliar de San Salvador, recibiendo la consagración episcopal, el 21 de junio de 1970, de manos del nuncio apostólico Girolamo Prigrione. El 15 de octubre de 1974, fue nombrado obispo de la diócesis de Santiago de María, en el departamento de Usulután, ocupó esa sede durante dos años.[9] El 3 de febrero de 1977, es nombrado por el Papa Pablo VI, como Arzobispo de San Salvador, para suceder a Monseñor Luis Chávez y González.

Muchos sacerdotes y laicos de la archidiócesis, sintieron extrañeza ante su nombramiento, pues preferían para el cargo a Mons. Arturo Rivera y Damas, obispo auxiliar de Mons. Chávez.Algunos consideraron a Romero como el candidato de los sectores conservadores que deseaban contener a los sectores de la Iglesia archidiocesana que defendían la “opción preferencial por los pobres” (conocidos como clero medellinista).

1978-1979

En estas fechas, comenzó a cambiar su predicación y pasó a defender los derechos de los desprotegidos. Monseñor Romero denunció en sus homilías, los atropellos contra los derechos de los campesinos, de los obreros, de sus sacerdotes, y de todas las personas que recurrieran a él, en el contexto de violencia y represión militar que vivía el país.

En sus homilías posteriores a la muerte de Rutilio Grande, recurre sin temor a los textos de la Conferencia de Medellín, y pide una mayor justicia en la sociedad. Durante los tres años siguientes, sus homilías, transmitidas por la Radio diocesana YSAX denuncian la violencia tanto del gobierno militar como de los grupos armados de izquierda. Señala especialmente hechos violentos como los asesinatos cometidos por escuadrones de la muerte y la desaparición forzada de personas, cometida por los cuerpos de seguridad. En agosto de 1978, publica una carta pastoral donde afirma el derecho del pueblo a la organización y al reclamo pacífico de sus derechos.

En octubre de 1979, recibe con cierta esperanza, las promesas del nuevo gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero con el transcurso de las semanas, vuelve a denunciar nuevos hechos de represión realizados por los cuerpos de seguridad.

El día lunes 24 de marzo de 1980 fue asesinado, cuando oficiaba una misa en la capilla del hospital de La Divina Providencia, en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador impacto en su corazón, momentos antes de la Sagrada Consagración. Al ser asesinado, tenía 62 años de edad. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Catedral de San Salvador. En 1993 la Comisión de la Verdad, organismo creado por los Acuerdos de Paz de Chapultepec para investigar los crímenes más graves cometidos en la guerra civil salvadoreña, concluyó que el asesinato de Monseñor Oscar Romero había sido ejecutado por un escuadrón de la muerte formado por civiles y militares de ultraderecha y dirigidos por el mayor Roberto d'Aubuisson, (fundador del Partido ARENA) y el capitán Álvaro Saravia.[14] D'Aubuisson, que murió en 1992, siempre rechazó su vinculación al hecho. En 2004, una corte de los Estados Unidos declaró civilmente responsable del crimen al capitán Saravia, único sobreviviente ya que Roberto D`Aubuisson murió de cáncer años atrás del juicio.[15] [16] El 6 de noviembre de 2009, el Gobierno salvadoreño presidido por Carlos Mauricio Funes Cartagena decidió investigar el asesinato de Romero para acatar un mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos del año 2000.[17]

El 12 de mayo de 1994 la Archidiócesis de San Salvador pide permiso a la Santa Sede para iniciar el proceso de canonización.[18] El proceso diocesano concluye en 1995 y el expediente es enviado a la Congregación para la Causa de los Santos, en el Vaticano, quien en 2000 se lo trasfiere a la Congregación para la Doctrina de la Fe (en ese entonces dirigida por el cardenal alemán Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI) para que analice concienzudamente los escritos y homilías de monseñor Romero. Una vez terminado dicho análisis, en 2005 el postulador de la causa de canonización, monseñor Vicenzo Paglia, informa a los medios de comunicación de las conclusiones del estudio: “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”. El proceso seguirá nuevos trámites, que si son superados, podrían acercar la fecha en que Óscar Arnulfo Romero sea elevado a los altares como el primer santo y mártir de El Salvador.

Homilía de Monseñor Romero. 20 de enero de 1979


Entrevista telefónica entre Monseñor Romero (Roma) y Monseñor Urioste (San Salvador). 5 de febrero de 1980


Rueda de prensa ofrecida a los medios de comunicación. 10 de febrero 1980


Conclusión de la carta enviada al presidente Carter. 17 de febrero de 1980


Última homilía de Monseñor Romero. 23 de marzo de 1980


Salvador, informa a Monseñor de que tiene conocimiento de amenazas de muerte contra su propia persona y contra el Arzobispo; Romero recibe también un aviso de amenazas de similar seriedad por parte del Nuncio Apostólico en Costa Rica, Monseñor Lajos Kada y a comienzos de marzo es volada una cabina de locución de la emisora YSAX, La Voz Panamericana, que transmitía sus homilías dominicales. Los días 22 y 23 de marzo, las religiosas que atienden el Hospital de la Divina Providencia, donde vive el Arzobispo, reciben llamadas telefónicas anónimas que lo amenazan de muerte. Finalmente, el 24 de ese mismo mes, Óscar A. Romero es asesinado por un francotirador mientras oficia misa en la Capilla de dicho Hospital.
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El 24 de marzo se recuerda el asesinato del Arzobispo Monseñor Romero, un hombre símbolo de unión y solidaridad con los pobres durante la guerra civil en El Salvador. Servindi ha preparado un audio que recuerda su ejemplo de vida, respetado y valorado por comunidades de ese país y de otras partes del mundo


Para 24 Marzo - Asesinato de Monseñor Romero
A 26 años de la "siembra" de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, su mensaje sigue vigente. Con este lema, los radialistas de la Red de Radios de Fe y Alegría de Venez
uela comparten estos spots para conmemorar el 24 de Marzo, fecha del impune asesinato de este mártir de la justicia en América.










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Los funerales, celebrados en la Catedral Metropolitana de San Salvador el 30 de Marzo de 1980, se convirtieron en una batalla campal en la que las fuerzas de seguridad acometieron contra miles de salvadoreños concentrados en la plaza de la catedral, entre los que se encontraban miembros del Bloque Popular Revolucionario. El resultado: más de 40 muertos y doscientos heridos.

Tal como denuncia el Informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos , el gobierno no realizó ninguna investigación exhaustiva sobre el asesinato del arzobispo Romero. Roberto D'Aubuisson, líder de los escuadrones de la muerte y antiguo miembro de la Guardia Nacional de Somoza, fue arrestado en mayo de ese mismo año y, a pesar de las pruebas que lo implicaban tanto en el asesinato de Monseñor como en la conspiración para realizar un golpe de estado, fue puesto en libertad con el beneplácito del ministro de Defensa. Cuatro años más tarde, el embajador Robert White declaró ante un comité del congreso que existían pruebas suficientes para afirmar "más allá de cualquier duda razonable" que D'Aubuisson había planeado y ordenado el asesinato, aunque este nunca fue procesado.

Al asesinato de Monseñor le siguieron otros actos de violencia terribles contra una Iglesia comprometida con el pueblo salvadoreño, como la violación y asesinato de tres monjas y una seglar estadounidenses el 2 de diciembre de 1980 o el asesinato de seis sacerdotes jesuitas por escuadrones de la muerte en noviembre de 1989. Dichos actos se insertaron en un periodo convulso de enfrentamiento entre el poder represor y las guerrillas del FMLN que se prolongaría durante más de una década.

La firma del acuerdo entre el gobierno y el FMLN, llevada a cabo en 1992, supuso para El Salvador el inicio de ese proceso de paz con el que soñó Monseñor Romero, un proceso de democratización y de recuperación económica que se ha basado, como proponía Monseñor, en el diálogo. En este periodo, la figura de Óscar A. Romero ha continuado siendo un símbolo de justicia y de compromiso social para el pueblo salvadoreño. La celebración del XX aniversario de su muerte en el año 2000 ha llevado incluso a la creación de una Fundación Monseñor Romero y a una propuesta de beatificación que cuenta con el apoyo de católicos de muy diversos países, y que en cierto modo supone una forma de reivindicación del papel que aún hoy desarrolla una parte importante de la Iglesia Católica en América Latina.

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