viernes, 14 de mayo de 2010

JAVIER HERAUD

Javier Heraud: juventud y realidad

Ernesto Toledo Brückmann Periodista peruano

Nacer en el exclusivo distrito de Miraflores, estudiar en el Colegio Markham, ocupar el segundo puesto en la promoción, destacar en competencias deportivas, colaborar en la revista escolar con artículos y poemas; posteriormente ingresar con el primer puesto a la Facultad de Letras de la Universidad Católica, ocupar una plaza de profesor de Castellano e Inglés, así como viajar a Francia, publicar su primer libro a los 18 años de edad y ser premiado como El Poeta Joven del Perú. Todo ello pareciera ser el ideal de algún padre de familia conservador cuyo hijo encabezará la defensa de "la moral" y "las buenas costumbres." Sin embargo el tiempo pasa y la adolescencia abre paso a una juventud que difiere de los paradigmas del progenitor al recorrer la Unión Soviética, Asia y Cuba socialista, hacerse guerrillero, sumergirse en la selva peruana y morir abaleado en la orilla de un río. Todo ello describe la fugaz pero fructífera vida de Javier Heraud, muerto y enterrado hace cuarenta años en la provincia amázónica de Puerto Maldonado.

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Aunque muchos se refieran a un acto ingenuo y confuso de un joven rebelde que subestimó la capacidad militar del adversario, no pocos reconocerán el desprendimiento de quien dejó las comodidades para entregar su existencia física a la construcción de una nueva sociedad; aunque la muerte le llegó a los 21 años de edad, el tiempo le fue generoso para ejercer la docencia en el Instituto industrial N° 24 y los colegios Guadalupe y Melitón Carvajal.

Como si fuera poco, el sentido internacionalista de cualquier revolución no lo desligaría de su condición de peruano y del amor a su propia tierra, tal como lo demuestra en su poema Palabra de guerrillero: "Porque mi patria es hermosa como una espada en el aire y más grande ahora y aún y más hermosa todavía, yo hablo y la defiendo con mi vida"

Pero todo tiene un final; el 15 de mayo de 1963 es interceptada la pequeña balsa de Javier y sus dos compañeros que se desplazaban sobre la superficie de río Madre de Dios; posteriormente una furiosa andanada de proyectiles cae sobre sus cuerpos. Un trapo blanco sujeto a los agarrotados dedos de uno de los cadáveres, habría demostrado el interés de rendirse. El baño de sangre fue perpetrado ante el testimonio y la complicidad de cientos de lugareños.

Ningún soldado, policía y civil imaginó que Javier predijo su desaparición física en más de un poema y que finalmente cumplió su sueño: "Yo nunca me río de la muerte...Simplemente sucede que no tengo miedo de morir entre pájaros y árboles."

En adelante Heraud será considerado como un hito en la poesía peruana contemporánea ya que su muerte induce hasta hoy a la polémica entre los artistas «puros» y «sociales» de los cultores del individualismo y los comprometidos con la realidad social y sus protagonistas generadores de cambio. Asimismo la muerte de heraud demostró, sin ánimo de actitudes guerreristas, que la carencia de medios tecnológicos puede ser sustituida por la creatividad literaria y una conciencia política que lo llevó a asumir responsabilidad en la militancia del Ejército de Liberación Nacional ELN.

Si bien la generación de Heraud tuvo en la revolución cubana un paradigma a emular y en Francia a la generadora del "servicio intelectual obligatorio", la generación de los 90', beneficiosa del Internet y protagonista del tercer milenio, mantiene aún los rezagos de la política de despolitización y embrutecimiento colectivo, generado por el neoliberalismo de Fujimori. Todo ello se evidenció hasta en la participación de la juventud en la caída de la dictadura ya que cualquier manifestación callejera reflejaba inconsistencia política e ideológica, cundiendo el espontaneismo y sin un interés conciente de analizar la raíz de la problemática.

La intolerancia, los interés individuales y el afán de figuración demostrados en este último enfrentamiento bélico ponen en evidencia el carácter humanista de la inmensa mayoría de hombres del mundo, quienes contradicen en algunos casos a sus propios gobernantes; frente a ello el romanticismo debe materializarse en acciones concretas de interés colectivo. La necesidad de asumir compromisos formales, el respeto de las direcciones políticas y "desmontar del caballo para mirar las flores"-metáfora china que invita a la relación directa con la realidad de las mayorías- debería ser la tarea asumida por los peruanos ya que siendo realistas, las condiciones están dadas para que Javier Heraud se reencarne en millones de artistas con características particulares pero con ideales en común; solo así abriremos la única puerta por la que se podrá entrar al mundo del futuro: la puerta al socialismo.

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Dossier
Javier Heraud: "A la alegría vamos"
Por: Hugo Montero

Eligió el cauce de la poesía, renacer en cada viaje y defender a su país y su revolución con las armas y con la vida. Javier Heraud, poeta joven, guerrillero peruano, enamorado, supo escribir versos que sembraron la semilla mientras esperaba, cada noche, que el otoño entrara por la ventana de su habitación. Supo escribir: “Triste Perú, dijimos, aún es tiempo/ de recuperar la primavera”. Esta es su historia.

1. Va y viene, Javier, por el patio de la casa. Recorre con tres o cuatro pasos el patio, su tranco largo, la sombra erguida que va y viene, la voz orgullosa recitando esos versos grabados en la memoria. Va y viene, Javier, por el patio. “Yo soy un río/ un río/ un río/ cristalino/ en la mañana./ A veces soy tierno y/ bondadoso. Me/ deslizo suavemente/ por los valles fértiles,/ doy de beber miles de veces/ al ganado, a la gente dócil./ Los niños se me acercan de día,/ y/ de noche trémulos amantes/ apoyan sus ojos en los míos,/ y hunden sus brazos/ en la oscura claridad/ de mis aguas fantasmales...”, recita, de memoria.

El patio es escenario. Sus hermanos, curiosos, divertidos, el auditorio atento a sus locuras. Javier, dieciocho eneros, un libro de poemas recién publicado, los bolsillos repletos de versos que se pierden desgranados por el patio, y esa voz que inunda la tarde con el latir de un poema que se sabe de memoria: “Yo soy el río anochecido./ Ya bajo por las hondas/ quebradas,/ por los ignotos pueblos/ olvidados,/ por las ciudades/ atestadas de público/ en las vitrinas./ Yo soy el río,/ ya voy por las praderas,/ hay árboles a mi alrededor/ cubiertos de palomas,/ los árboles cantan/ con mi corazón de pájaro,/ los ríos cantan/ con mis/ brazos...”.

Javier se desliza por el patio como una fiera enjaulada, pero está eufórico, pleno. Agota el aire con su marcha ligera, recorre el patio con sus pies gigantes (calza 46, “como Maiakovsky”, dice, y se ríe, Javier). Tiene su flamante primer libro de poemas en la mano, y su voz rebota contra las madreselvas del patio, y en los pasillos de la casa, donde su madre lo escucha y sonríe. Donde su padre lo escucha y sonríe y lo provoca: “Yo soy un río, un río... ¿eso es poesía?”, lo busca. Javier no se ofende, pero detiene su andar de animal herido. “Ya verán, yo seré el Rimbaud del Perú, escribiré hasta los 21 años y nunca más”, responde a la afrenta, burlón. Y sus hermanos se ríen. Y Javier les dice: “Algún día yo seré un poeta famoso, los periódicos hablarán de mí, y mi foto saldrá en las primeras páginas de los diarios”. Ese día, cuando tuvo entre sus manos el primer ejemplar del libro, “se sentó a la mesa del comedor a enseñarlo. Lo acariciaba, nos mostraba cada detalle y nos firmaba un ejemplar a mamá, a papá, a cada hermano”, recuerda Cecilia, su hermana menor. En el ejemplar destinado a Coco, el mayor, la dedicatoria decía: “Para Jorge (Coco), mi hermano que me contaba historias en la noche, y yo, ingenuamente me dormía siempre sin escuchar el final; mi hermano de sangre y de vida, en este mar de Miraflores, en donde parece hemos encontrado la felicidad. Con un abrazo del muerto de la familia, un abrazo del que siempre estará junto a ti y junto a todos”.

Ahora Javier retoma su paso ardoroso, vuelve al verso interrumpido como si nada hubiera pasado, y otra vez el patio es escenario y sus hermanos, platea. Y la voz gigante de Javier llena el corazón de la casa con palabras: “Llegará la hora/ en que tendré que/ desembocar en los/ océanos,/ que mezclar mis/ aguas limpias con sus/ aguas turbias,/ que tendré que/ silenciar mi canto/ luminoso,/ que tendré que acallar/ mis gritos furiosos al/ alba de todos los días,/ que clarear mis ojos/ con el mar./ (...) Todo se disolverá en una llanura de agua,/ en donde un canto o un poema más/ sólo serán ríos pequeños que bajan,/ ríos caudalosos que bajan a juntarse/ en mis nuevas aguas luminosas,/ en mis nuevas/ aguas/ apagadas...”

2. La voz de Elvis Presley que escupía el tocadiscos resonaba en toda la casa. En la habitación de Javier, temblaban el reloj cucú y la foto de su amigo Dégale, vibraban también una muñeca descabezada, su murciélago disecado, el pergamino chino colgado sobre la pared. Ese era el refugio del poeta: allí se desvelaba leyendo en noches eternas. Allí esperaba, impaciente, la llegada del otoño. Allí le escribía a su amigo: “Mi ventana (la de mi cuarto) da a la luna, por ahí sale la luna. ¿Sabes Dégale que quiero poseer la luna? ¡Dénmela, por Dios!”. Pero ahora la habitación está vacía, el ruido del tocadiscos viene del comedor, donde Javier y Cecilia bailan un rocanrol vertiginoso. “¡Dale, Flaca!”, le grita Javier a su hermana, y la desliza por entre sus piernas abiertas mientras imita los movimientos de Elvis, y no interrumpe el paso hasta que la púa salta del simple y la música se detiene. Entonces aparecen Bill Halley y sus Cometas, o los prohibidísimos mambos de Pérez Prado (“Decían que la iglesia excomulgaba a quienes lo bailaban”, recuerda Cecilia).

Barrio de Miraflores, zona acomodada de los suburbios limeños, allí nació Javier un 19 de enero de 1942, después de sus hermanos Coco y Vituca, y antes de Cecilia, Marcela y Gustavo. Su padre, don Jorge Heraud, se multiplicaba para que en su casa no faltara nada y para que sus hijos pudieran estudiar en el mejor colegio de la región: el Markham. Profesor de Historia, pero también abogado y taquígrafo en la Cámara de Diputados por las noches, el padre de los Heraud se hacía un tiempito los fines de semana para sacar a pasear a su legión. Los sábados bien temprano, preparaba su Vauxhall 12 negro, intervenía para evitar las peleas entre hermanos por los asientos que ocuparían, y ponía proa hasta la playa. A veces hasta La Herradura, otras a Pucusana o hasta el río Santa, en Huaraz. De esos viajes, Javier tomaría las imágenes que inspiraron su libro El río...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada)



Entrevista con Cecilia Heraud

"No soportaba las injusticias y se rebelaba ante el conformismo"

Hermana menor de Javier, Cecilia Heraud es quien mejor supo detallar el universo interior del poeta a partir de su bellísimo libro biográfico Vida y muerte de Javier Heraud. Con un grado de intimidad único, Cecilia trabajó la vida cotidiana de los Heraud en Miraflores con un talento narrativo que se apoya en la sensibilidad del contacto diario con Javier. Desde Lima, colaboró desde el principio con fotos y materiales inhallables para la elaboración de este dossier sobre su hermano. También con estas respuestas que siguen, y que intentan poner en palabras emociones que mezclan tristezas y alegrías en su memoria.

¿Qué recuerdos de la vida cotidiana y pequeños momentos de intimidad con Javier guarda en su memoria?Javier, Gordo para la familia, era mi hermano compañero. Era un muchacho franco, espontáneo, idealista, sin temores. Gran lector y amante de la literatura. Aún tengo grabadas escenas de la época privilegiada de nuestra infancia. Javier era una persona adelantada para su tiempo. Recuerdo que me subía al techo de la casa con él y contra la voluntad de mamá. Él me enseñó a fumar con sus cigarrillos sin filtro y de tabaco negro; nos metíamos en su cama a modo de escondernos para que mamá no sintiera el humo y, años después, pensaba en nuestra ingenuidad. Como él me llevaba casi dos años, era mi compañero en las fiestas, ya que cada una de nosotras debía ir acompañada por un hermano hombre, de lo contrario no nos daban permiso. Pero nos divertíamos pues nos gustaba bailar y en casa ensayábamos los pasos de baile. Él cantaba imitando a Elvis Presley, era sumamente animado y le gustaba divertirse. Sé que le gustaba a varias amigas mías.

¿Cómo era el medio donde Javier pasó su infancia? ¿Cuáles eran sus pasiones y sus gustos por entonces?Vivíamos en el barrio de Miraflores, barrio de clase media alta. El asistía al colegio más caro de Lima, el Markham College. Ahí recibió sólida instrucción y empezó su pasión por la literatura. También en la revista del colegio, publicó su primer poema a los 15 años. Mi padre trabajaba duramente para poder pagar la educación de nosotros seis. Miraflores era un hermoso distrito entonces, con casas llenas de árboles, antiguas, amplias, y no con mucha población, de modo que nos conocíamos muchas familias. Teníamos vecinos; algunos, amigos; otros, no. Cuando alguien nos molestaba, Javier salía a defendernos y hasta tuvo algunas peleas en la calle con vecinos antipáticos. Jugábamos mucho en “el jardín de la entrada/ pequeño pero grande”. Jugábamos ping-pong en la mesa del comedor, voley en el jardín... no sé cómo nos aguantaba mi madre. Le gustaba estudiar y hacer deporte; en el colegio fue campeón de salto en largo, tenía unas piernas largas, corría y saltaba con vallas y sin vallas. Era amiguero y asistíamos mucho al cine, otra de sus pasiones. Patinábamos y montábamos bicicleta. Javier y nuestro hermano mayor iban al colegio en bicicleta pues quedaba relativamente cerca. Como en esa época existía el tranvía eléctrico que unía algunos distritos y ellos tenían que cruzar las líneas, mamá siempre le recomendaba al salir, como él recuerda “Javier, no olvides tu gorra/ mira bien al cruzar el tranvía”. Todos los veranos íbamos a la playa con nuestros padres o solos, los cinco hermanos mayores, bajábamos “al baño de las piedras” juntos diariamente y luego regresábamos con mucho apetito a almorzar. Javier comía mucho, era muy grande.

¿Cómo es posible comprender la relación de Javier con la poesía? ¿Qué cosas encontraba en ella?

Me percaté de su amor a la poesía desde niña. Hacíamos corazones para regalarle a mamá por el día de la madre, y él escribía en ellos. Desde los 15 años publicó, le gustaba hacerlo y nos leía en voz alta sus poemas. Él comentaba que la poesía debía ser una esperanza para el pueblo, que debería haber muchos poetas que escribieran poesía buena para que incluso se cantara y llegara a todos. En una entrevista que le realizó Mario Vargas Llosa durante su estadía en París, Javier declaró en la radio que quería hacer una poesía narrativa, que se nutriera de la naturaleza, y clara para que fuera entendida por todos.

Asistía a recitales donde él leía sus poemas. Con amigos poetas fundaron La casa de la poesía en Barranco, donde hacían interminables veladas poéticas...

(La entrevista completa en la edición gráfica de Sudestada)




La poética de Javier Heraud (REVISTA SUDESTADA)

Por: Julio Carmona, desde Perú (*)

En la actualidad, Javier Heraud (1942-1963) tendría 65 años. Murió a los 21, “entre pájaros y árboles”, como lo intuyó en la “Elegía” de “Yo no me río de la muerte” (1). Y no se trata de plantear ucronías, pero uno se pregunta: Si hubiera seguido vivo ¿habría madurado más su poesía? Y, desde la lógica, es una pregunta impropia. No obstante, sirve para verificar un hecho incontrastable: que ya su poesía había logrado esa madurez, propia de los elegidos por la vida y los marcados por la muerte: “(...) Ya lo dije, nunca/ suelo reír de la muerte,/ pero sí conozco su blanco/ rostro, su tétrica vestimenta” (Ibid.) Nótese que en el encabalgamiento del tercer verso (“pero sí conozco su blanco”) queda la impresión de que se hace referencia al objetivo del francotirador: ‘el poeta se sabe blanco de la muerte’, como que está marcado por ella.

Pero -también, ‘ya lo dije’-: elegido de la vida, Javier Heraud se expresó a favor de ésta (increpándole a la poesía): “sucede que te vuelves excluyente/ y ya no puedo poseer a la noche ni a la luna,/ ya no puedo poseer a los ríos ni a los mares/ como a la poesía de niño:/ acariciándolos y dejándolos partir” (2). He ahí la vida y la muerte: conjugadas en un solo ser que sólo la poesía bifurcaba, que sólo la poesía escindía, y que sólo por la poesía atestiguaba.

Javier Heraud, en el Perú de los años sesenta del siglo pasado, inauguró una forma de escribir poesía, sincopada, con versos breves, formados a veces con sólo una conjunción (“y” / “o”): “sólo/ mi soledad/ y/ su/ silencio” (Poema “Solo”, del libro El río); o si no: “Levantarme,/ sentarme,/ recostarme en/ las vertientes/ o/ las orillas/ de los mares...” (Poema “El deseo”, del libro El viaje). Pero también hizo algo más: reivindicó las “poéticas”, es decir, aquellos poemas que convierten a la poesía en tema de sí misma. Ejercicio que había caído en desuso. Él lo revitalizó. Y lo hizo no sólo en textos titulados, ex profeso, así: “poética” o “arte poética”, sino además en otros en que trata diversos temas, como es el caso de la parte II del “Poema para Antonio Machado” (poeta que, dígase de paso, Javier Heraud revaloró para los poetas jóvenes de los sesenta), ahí dice: “... me despido de los sueños y las muertes/ y de un solo tajo acabo para siempre/ con esta poesía. / ¡Ah poesía de la flor y la palabra,/ poesía del viento y de las mieses!” (3)

Sea ésta una oportunidad (que me brinda Sudestada) propicia para analizar uno de los dos poemas titulados “arte poética” de Javier Heraud. Aquél que empieza así: “En verdad, en verdad hablando,/ la poesía es un trabajo difícil”. Y antes de entrar de lleno en el análisis propuesto, vamos a transcribir el poema completo para un mejor disfrute del lector:

ARTE POÉTICA En verdad, en verdad hablando, la poesía es un trabajo difícil que se pierde o se gana al compás de los años otoñales. (Cuando uno es joven y las flores que caen no se recogen uno escribe y escribe entre las noches, y a veces se llenan cientos y cientos de cuartillas inservibles. Uno puede alardear y decir “y escribo y no corrijo, los poemas salen de mi mano como la primavera que derrumbaron los viejos cipreses de mi calle”) Pero conforme pasa el tiempo y los años se filtran entre las sienes, la poesía se va haciendo trabajo de alfarero, arcilla que se cuece entre las manos, arcilla que moldean fuegos rápidos. Y la poesía es un relámpago maravilloso, una lluvia de palabras silenciosas, un bosque de latidos y esperanzas, el canto de los pueblos oprimidos, el nuevo canto de los pueblos liberados. Y la poesía es entonces, el amor, la muerte, la redención del hombre.

Evidentemente, en la propuesta de los dos primeros versos: “En verdad, en verdad hablando,/ la poesía es un trabajo difícil”, se percibe un parentesco con esta otra de César Vallejo: “Quiero decir muchísimo y me atollo”. La verdad y la realidad (que están tan integradas en la vida) animan a ambas concepciones de la poesía, y la dificultad de su realización las hace más solidarias. Pero ambas -y es lo decisivo- con sus respectivas requisitorias, se acercan -y/o alimentan- a la poética del realismo. Hagamos, antes de continuar con el análisis del poema de Javier Heraud, una breve aclaración sobre este tópico del realismo.

Creemos que la teoría literaria -en su desarrollo, desde las épocas más remotas (4) - se encuentra dividida en dos grandes tendencias (5): la realista y la formalista. No siempre se han denominado así (en la historia literaria se han dado como: renacimiento/barroco; clasicismo/romanticismo; puro/social, etc.). Pero siempre se han planteado como concepciones antagónicas en la teoría y en la práctica. Es en las tres últimas décadas del siglo XX que las expresiones sintetizadoras de esa contradicción serán las de ‘realismo’ y ‘formalismo’ (aunque a la primera mejor le viene la denominación de nuevo realismo para no confundirla con la ‘escuela realista’ del siglo XIX (6) ).

A ambas tendencias -realista y formalista- las podemos definir por su relación con la realidad. La primera se caracteriza por su “acercamiento a”, y la otra por su “alejamiento de”: la realidad. Y para ilustrar mejor sus puntos de vista podemos recurrir a la parábola de Emmanuel Kant referida a una paloma que creía que su vuelo era imperfecto debido a la resistencia del aire; ella creía que de no existir el aire, podría volar mejor. Algo similar ocurre con los formalistas que reniegan de la realidad y rechazan la presencia del referente real en sus obras. Éstas deben parecer sacadas de la nada o sólo de la imaginación. Mientras que los realistas -contrariamente a “la paloma kantiana”- saben que los productos de su imaginación sólo pueden tener un punto de partida: la realidad. Por eso, reconocen su deuda con ella; no se enajenan de ella. Lo que no implica una sumisión servil, sino un reconocimiento de su ligazón con lo real, a partir de la cual pueden dar rienda suelta a la fantasía y a la imaginación.

Y, volviendo al poema de Javier Heraud, él nos dice que es tal la dificultad del trabajo poético “que se pierde o se gana/ al compás de los años otoñales”. Desde luego, ese “perder o ganar” no tiene ninguna carga pragmatista (menos crematística). Es la pérdida o la ganancia del producto poético, de la bondad o la deficiencia de ese trabajo que sólo los años van decantando. Tal vez esa haya querido ser una negación de la creencia romántica según la cual “el poeta nace y no se hace” (7). Sin embargo -como decía Rubén Darío: “¿Quién que es no es romántico?”- es verdad: ‘el poeta nace, pero también se hace’. Y es ésta una idea que va a ser sustentada en los versos siguientes: “(Cuando uno es joven/ y las flores que caen no se recogen/ uno escribe y escribe entre las noches,/ y a veces se llenan cientos y cientos/ de cuartillas inservibles. Uno puede alardear y decir/ ‘Yo escribo y no corrijo,/ los poemas salen de mi mano/ como la primavera que derrumbaron/ los viejos cipreses de mi calle’)”. Y hagamos la siguiente observación: no es gratuito -ni, mucho menos, descuido- que el fragmento citado se encuentre encerrado entre paréntesis. Es, precisamente, la opción romántica aludida del “poeta que nace”, y que se vuelve provisoria o que se deja en suspenso, porque la otra opción, la realista: que “el poeta se hace”, no debe descuidarse, y que Heraud está poniendo de relieve para dar sustento -ya lo decíamos- a su concepción realista, que es la siguiente: “Pero conforme pasa el tiempo/ y los años se filtran entre las sienes/ la poesía se va haciendo/ trabajo de alfarero,/ arcilla que se cuece entre las manos,/ arcilla que moldean fuegos rápidos.” Digamos primero que entre los dos primeros versos de este fragmento y los dos, ya citados, del comienzo del poema: “(... que se pierde o se gana/ a través de los años otoñales”) vemos “a las canas” y “al otoño”, estableciendo una correspondencia -a la distancia- entre ambas ideas poéticas. Pero también se nos dice que en la madurez poética no sólo hay dedicación y trabajo, sino además modestia. No es trabajo de intelectual. Es “trabajo de alfarero”. El intelectual trabaja con abstracciones. El alfarero trabaja con realidades. Con realidades al alcance de la mano, y que sólo pueden ser asumidas con el fuego del amor (“Con amor sí” -para decirlo con un verso de Fernández Retamar- porque es probable que sea lo único verdadero”).

“Y la poesía es”/ (continúa Javier Heraud) un relámpago maravilloso,/ una lluvia de palabras silenciosas,/ un bosque de latidos y esperanzas/, el canto de los pueblos oprimidos,/ el nuevo canto de los pueblos liberados”. Y una vez más se expresa la actitud realista de nuestro poeta: la poesía es el canto del pueblo -afirma-; pero también es lo inefable: “relámpago maravilloso”, “lluvia de palabras silenciosas” del “poeta que nace”. Y he ahí el punto clave de la ecuanimidad realista. No se trata de desdeñar los aportes y valores que la tendencia formalista busca acaparar; pero no hacer como ésta: tratar con desdén a los elementos cruciales de la realidad que tan bien vivifican en las manos del pueblo (8). Y podemos citar también aquí a Juan Benet, quien dice que: “En literatura el tema en sí puede ser poca cosa en comparación con la importancia que cobra su tratamiento.” Pero no debemos olvidar que, como acota el mismo Benet (coincidiendo con Heraud y con el realismo): El tema “es el barro del alfarero”. En un mismo modelo de dos vajillas realizadas por distintos alfareros, se verá que son diferentes por las pericias técnicas de cada uno, pero en ninguna de ellas se habrá podido prescindir del barro. “La poesía es el campo de quienes luchan por la liberación del hombre”, decía otro grande de la poesía realista: Paul Eluard. Y Javier Heraud, dentro de esa tradición, dice: “Y la poesía es entonces,/ el amor, la muerte,/ la redención del hombre.” He ahí el elemento relevado antes: el amor, que es sinónimo de vida, pues hace pareja con la muerte. Y todo ello: la poesía, el amor, la muerte (grandes dimensiones del hacer humano) no pueden tener otro objetivo que la “redención del hombre”, que no es sólo liberación social y política, que es también su propia liberación humana, para triunfar sobre la naturaleza y hacerla suya, amándola, liberándola a ella misma de sus males. El triunfo total del hombre será su propia felicidad, que sólo se logrará construyendo el reino de la libertad y sabiendo que éste es opuesto al reino de la necesidad.

La vida y la muerte de Javier Heraud son fiel testimonio de ese objetivo. Alguien -con malévolo sofisma- ha sugerido que cuando se valora la poesía de los “poetas héroes” pesa más el heroísmo que la misma poesía. En este caso hay que contrariar ese infundio. A Javier Heraud -como a todo cabal poeta- se le puede atribuir la expresión nerudiana: “Para nacer he nacido”. Porque poetas como él no mueren. Nacen y renacen, como la luz del sol.



Notas (1)Tercera estancia del libro El viaje. También en su poema a “Las moscas” dice: “Sólo espero no alimentarla/ y no verla en mis entrañas,/ el día que si acaso/ me matan en el campo/ y dejan mi cuerpo bajo el sol.” (2)Cf. Poema titulado “Poesía del otoño” del libro En espera del otoño. (3)Otro caso de “poética” sin ese título es el poema citado arriba: “Poesía del otoño”. (4)Cf. Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte. (5)Líneas de fuerza que impulsan la acción y la reflexión artística. (6)No olvidemos que no es lo mismo tendencia que escuela, esta última corresponde a una acción menor dentro de aquélla y, por lo común, es efímera, pues responde a intereses de grupo en un momento determinado; para decirlo en términos lingüísticos, la tendencia es diacrónica; la escuela, sincrónica. (7)Y no pasemos por alto el hecho de que el romanticismo es una escuela adscrita a la tendencia formalista. (8)“Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él”: César Vallejo. (*) Es poeta y ensayista peruano. El artículo es especial para revista Sudestada.



PALABRAS PRELIMINARES

Javier Heraud poeta pertenece a la estirpe de Bolívar y el Che Guevara: hombre de letras, tuvo que ser también hombre público. Su limpia voz juvenil (cantor de la vida, profeta de su muerte, leyenda viva en el Perú), su sarcasmo antiburgués y sus parábolas alimentan aún hoy una literatura americana que busca su identidad.

La voz de orden era clara entonces: se estaba a favor o en contra de los pueblos oprimidos. En esos años duros, ricos y sin tregua, las crisis de conciencia y las reubicaciones ideológicas y estéticas eran numerosas, los temas se modificaban en un notorio (y no siempre consciente) propósito de echar raíces en territorio latinoamericano. El creador parte virtualmente de cero. Nuestra tradición sucedió prácticamente ayer y, en consecuencia, no podemos invocar los hechos de la víspera como arquetipos inamovibles, como valores definitivamente establecidos. Mientras que el escritor europeo tiene un amplio y seguro legado, debidamente fichado, analizado, bien condicionado, y está en inmejorables condiciones para efectuar referencias sumarias del mismo, su colega latinoamericano, en cambio, se encuentra en plena construcción de ese legado.

La personalidad humana de Javier Heraud no fue menos singular y atractiva que la artística. Testigo de un mundo injusto y desgarrado por la confusión, eleva su voz impregnada de amor y pureza hacia todo lo que le rodea: amigos, mar, ríos, naturaleza, patria, continente. Humanidad y contemplación. Aunque más tarde sienta que "Luego supiste que la vida es soledad entre los hombres y soledad entre los valles". Si no se puede cambiar la vida, si la vida no es encuentro, reunión, al menos que se advierta que eso es una injusticia, o que —al menos— podamos hacer nuestras las palabras de Javier:

“No deseo la victoria ni la muerte,
no deseo la derrota ni la vida,
sólo deseo el árbol y su sombra,
la vida con su muerte”

Convertirse en lo que uno es. Eso es todo.

Lord Cheselin

DATOS BIOBIBLIOGRÁFICOS

Javier Heraud Pérez nació en la ciudad de Lima, Perú, el 19 de enero de 1942. Hijo de Jorge Heraud Cricet y Victoria Pérez Tellería, fue el tercero de seis hermanos.

En 1947 ingresó al Colegio de Los Sagrados Corazones de Belén y en 1948 se incorporó al primer año de primaria en el Colegio Markham, donde cursó toda su instrucción escolar. Al concluir sus estudios recibió el Segundo Premio de su promoción y el Primer Premio de Literatura. Se destacó además en competencias deportivas, en las que obtuvo diversos trofeos. Colaboró en la revista del Colegio con artículos y poemas.

En 1958 ingresó con el primer puesto a la Facultad de Letras de la Universidad Católica del Perú. Ese mismo año ocupó la plaza de profesor en el Instituto Industrial Nº 24, donde dictó cursos de castellano e in
glés. En 1960 le nombraron Profesor de Inglés en el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.

El 16 de enero de 1961 se inscribió en las filas del Movimiento Social Progresista (MSP), de tendencia Social - Demócrata. Participó en la manifestación de repudio a la visita de Richard Nixon al Perú, en ese entonces vicepresidente de los EE.UU. Se matriculó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Derecho por insistencia de su padre, carrera que nunca le interesó. En San Marcos frecuentó nuevas amistades y se relacionó con los círculos literarios sanmarquinos. Publicó "El Viaje", en edición conmemorativa del X Aniversario de Cuadernos Trimestrales de Poesía. Se le nombró Profesor de Literatura en el Colegio Nacional Melitón Carbajal, de Lima. El 16 de mayo de 1961 se produjo una gresca entre simpatizantes de la revolución cubana —entre los que se encontraba Heraud— y exiliados cubanos anticastristas frente a la iglesia de San Francisco, luego que estos últimos organizaran una misa, y hubo varios detenidos. El 20 de julio fue a Moscú invitado al Forum Mundial de la Juventud. Llevó la representación de su partido, el MSP. Permaneció 15 días en Rusia, visitó la Plaza Roja de Moscú y la tumba de Lenin. Testimonios del encuentro son los poemas "Plaza Roja 1961" y "En la Plaza Roja". Conoció Asia, viajó a París y Madrid. En París visitó el sepulcro donde descansa el poeta Cesar Vallejo (Poema "En Montrouge"). El 20 de octubre regresó a Lima.

En 1962 renunció al Movimiento Social Progresista. En su carta escribe: "Es el planteamiento falso de este llamado "socialismo humanista" lo que está condicionando toda la marcha del Movimiento y lo lleva a una praxis equivocada. Yo no creo que sea suficiente llamarse revolucionario para serlo…". Luego diría: "De ahora en adelante, me enrumbaré por la ruta definitiva donde brilla esplendorosa el alba de la humanidad."

Recibió una beca para estudiar, en Cuba, cinematografía. El grupo de becarios partió de Lima el 29 de marzo, por tierra, con destino a la ciudad de Arica, Chile, donde permaneció cinco días. El grupo fue recibido por los militantes del Partido Comunista de Chile. En Arica se encontraba Salvador Allende que más tarde sería presidente de su país. En la noche del 4 de abril pisó tierra cubana. En La Habana conoció la Plaza de la Revolución donde se encuentra el monumento al poeta y héroe de Cuba José Martí. “Vi al Apóstol en piedra, para siempre”.

Se encontró con Fidel Castro: “Vi a Fidel de piedra movediza, escuché su voz de furia incontenible hacia los enemigos. Y recordé mi triste patria, mi pueblo amordazado, sus tristes niños, sus calles despobladas de alegría”. Después lo catalogaría como “el hombre de la Revolución" y de "sencillo, normal y amistoso".

Recorrió junto a otros camaradas distintas ciudades, entre ellas Camagüey, Santiago de Cuba, y la ya mítica Santa Clara que vio luchar al Che Guevara durante la revolución. Dentro de su preparación de combatiente social y guerrillero escaló la Sierra Maestra, lugar donde años atrás se había librado la guerra de guerrillas. Diría después: "Aquí todo es tan hermoso". En esta etapa se fue dando en el poeta un rápido proceso de amor y entrega a la humanidad junto a sus profundas convicciones de justicia social.

Sin descuidar el cultivo de las artes, en mayo de 1962 se matriculó en la Universidad de la Habana como estudiante de Literatura. Formó círculos de estudio de Literatura junto a otros compañeros y se vinculó también con gente de cine, otra de sus pasiones.

El 18 de julio de 1962 Perú padece uno de los tantos golpes de estado, desdichadamente tan comunes en el continente. Desde Cuba, el poeta dice: “es el destino momentáneo de América”, y también a su madre: “Vivo ahora en un país libre, y tú en un país explotado”.

Escribió poemas en La Habana y en La Paz, bajo el nombre Rodrigo Machado, nombre de guerra utilizado en tanto militante del Ejercito de Liberación Nacional del Perú (ELN).

En 1963 retornó al Perú desde La Paz, Bolivia para librar "la guerra contra el imperialismo" (Poema "Explicación"), ya como integrante del ELN.

El 15 de mayo una bala perforó el cuerpo de Javier Heraud asesinándolo a los 21 años en medio del río Madre de Dios, frente a la ciudad de Puerto Maldonado. Ese día, un año antes, había escrito a su madre: "Recuerda tú, recuerden todos que mi cariño y mi amor crecerán siempre, que nada ni nadie nos podrá separar aunque estemos lejos, y que algún día nos reuniremos para cantar y llorar juntos, para abrazarnos y querernos más. Y que yo siempre seré el niño a quien tú tuviste en brazos aunque haya crecido por este tiempo que avanza y destroza los años, pero no los recuerdos".

Libros publicados

  • El Río, (1960) dentro de la Colección Cuadernos del Hontanar, luego llamado "Cuadernos de Javier Heraud" dirigida por Luis Alberto Ratto y Javier Sologuren.
  • El Viaje, (1961)

Premios y distinciones

  • Primer Premio en el concurso "El Poeta Joven del Perú", compartido con César Calvo, convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, de Trujillo, por su libro: El Viaje
  • Primer Premio de Poesía en los Juegos Florales convocados por la Federación Universitaria de San Marcos, por su poemario Estación Reunida (Póstumo)

POEMAS


Refúgienme como siempre en vuestros pechos
Es imposible
A mis amigos
Sólo quiero conocerme

a fondo como siempre,
sólo quiero
descansar en tierra muerta y en olvido.
Yo podría vivir solo
en el mar,
o en los montes,
pero siempre
necesitaría
de unos cuantos,
de un puñado,
de un racimo
de amigos
para pasar las
noches al lado
del café y del
silencio.
Refúgienme
como siempre
en vuestros
pechos,
corazones
alertas.
No sé si
podré
escribir
más
pues
ya
no
puedo
arreglar
este poema
librarme de esta
mesa, librarme
de
esta silla.


Poema en el avión
Si acaso me preguntan

dónde estuve
y si insistentes, quieren
averiguar los sitios que he pisado,
les diré.
"Tres meses son tres años,
tres años son tres días,
tres días son tres horas,
y en verdad, en verdad hablando
sólo salí a dar una vuelta
por el parque,
entré al cinema
me tropecé con otras gentes en otras
partes.
Y ya estoy aquí,
nada le ha pasado a nadie,
yo sigo como siempre
admirando los ríos del otoño,
yo sigo como siempre
esperando al verano para maldecirlo,
y conversando con mis viejos
objetos adorados:
y no pregunten más,
que de mí no habrá ya más respuestas".
Bien, yo deberé decirles
a mis amigos "lo he hecho.
Estuve en Moscú.
Aquella vez que volví a casa
me sentí muy derrotado."
Escrito al regreso de su viaje a Moscú y Europa


¡Qué difícil,

volcar mi corazón ahora,
en plena España,
en el corazón
sangrante de Madrid,
cuando las palomas
de la paz y del otoño
vuelan hacia los altos
edificios del futuro
y aquí la primavera
muere sin nacer,
váse sin venir!
¡Qué difícil decir:
vengo de Moscú,
del Asia,
he visto surgir a Samarkanda
con sus altas ermitas
que los años construyeron,
qué difícil
repito, repetirle
a los océanos sus
símbolos marchitos,
y decir luego:
He estado en España
y allí mi corazón sangró
inmediatamente
como si trabara contacto
con el viento que
corta las rosas en invierno!
Pero es cierto.
Esta es Madrid,
éste es mi corazón
sangrando,
éste es nuestro camino,
y seguiré gritando la
verdad de los
bosques apagados,
la verdad de las rosas
caídas,
la verdad de España
y sus historias.
Dolor y esperanza de Javier Heraud


Javier Heraud (1942-1963) es un poeta emblemático de los años sesenta. Su libro El río (1960) apareció como las verdaderas novedades literarias, sin hacer ostentación de su condición; el poeta tomaba ese símbolo de la tradición filosófica y literaria que pertenece a lo que llama la lógica paradójica, según la cual las palabras estrictamente verdaderas, parecen justamente paradójicas. El río de Heraud es cristalino en la mañana y luego baja con furia y rencor. El poeta continúa la tradición de Jorge Manrique, poeta español del siglo XV, que compara nuestras vidas con los ríos, seguida por Antonio Machado, quien dijo que la vida es como un ancho río y por T. Eliot, que compara al río con un Dios pardo, adusto, indómito, intratable.

La novedad perceptible del libro es el contenido dramático que Heraud confiere al viejo símbolo. La voz que escribe se trasmuta en río y, aparentemente con el mismo capricho con que las aguas bajan de las alturas, va alineando los versos cuidadosamente libres, anunciando las cualidades contradictorias de las que el río viene poseído.

Yo soy un río, voy bajando por las piedras anchas, voy bajando por las rocas duras, por el sendero dibujado por el viento.

Al final el río habla de la necesidad de mezclar sus aguas limpias con las turbias del mar, de silenciar su canto, de tener que abandonar mucho de lo querido, campos fértiles, nuevas aguas luminosas, nuevas aguas apagadas. Heraud trae en ese pequeño texto una frescura personalísima, un modo de hacer poesía transformador de los símbolos tradicionales. En ese mismo año de 1960 Heraud ganó un importante premio para escritores jóvenes. Con su libro El viaje compartió con César Calvo los lauros del concurso "Poeta joven del Perú" convocado en Trujillo por la revista Cuadernos trimestrales de poesía. El libro apareció en 1961 y fue el último que alcanzó a ver a Javier Heraud. En esta ocasión el poeta asume su "yo personal"; sigue atraído por los elementos naturales, el mar, las vertientes, pero el transfondo es el de un hombre madurando a trancos, fatigado prematuramente, que va a encontrarse con los suyos para cumplir involuntariamente con el rito de la despedida. Unos de los poemas más hermosos por su hermosa factura y su honda nostalgia es Mi casa muerta. El éxito de sus dos primeros libros fue para Heraud un viaje rápido, un partir sin despedirse "porque en su corazón no cabían más flores" como lo dijo en uno de sus textos. Heraud no tuvo mucho tiempo para corregir sus poemas posteriores. Sabemos sí por su Arte poética, que concebía a la poesía como trabajo de alfarero, arcilla que se cuece entre las manos, arcilla que modelan fuegos rápidos.

Por Marco Martos


Javier Heraud:

entre el fuego y la ternura

Juan Cristóbal

Esbozo biográfico

Tenía apenas 21 años, cuando un 15 de mayo de 1963 pasó a la inmortalidad, al ser acribillado, con balas que sirven para cazar animales, por la Guardia Civil, en un río de Puerto Maldonado, a pesar de haber estado agitando una bandera blanca desde una canoa, cuando había ingresado al Perú y deseaba iniciar la revolución, desde su militancia del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

En él se dio la figura del hombre que lucha incansablemente por sus ideales y la del poeta admirado que ya había ofrecido un caudal de poemas admirables. Sus versos, a pesar de ser sencillos, eran hondos y gravitantes. Reflejaban inquietudes de los más profundos sentimientos, especialmente de justicia. A pesar de su juventud, la obra que nos legó sigue causando admiración y respeto, tanto por su ternura cuanto por su estilo acabado. Su poesía es límpida y transparente. Puede parecer simple, pero es grave y compleja. Los temas centrales de su poesía son: el río, el otoño, el hogar, la naturaleza, la muerte, que siempre la trata de una forma conmovedora, cercana y familiar. Son inolvidables esos versos: “Yo no le temo a la muerte / pero algún día / moriré entre pájaros y árboles”. Y asi fue como murió. Como la mataron.

Esa admirable madurez se explica por su constante preocupación de mantenerse en contacto con la literatura no solo peruana sino del mundo. Apreciaba la calidad, entre los peruanos, de Vallejo, Westphalen, como la de Neruda, Eluard, Keats, Shélley, Antonio Machado, entre otros.

Los pocos años que tenía no fueron obstáculo para su ingreso a la Universidad La Católica, en donde fue asistente de cátedra a los 17 años. Posteriorme, asumiría la responsabilidad de ser profesor de inglés en el colegio Guadalupe.

Los amigos lo recuerdan como un joven sencillo, bueno, con alma de niño, que sabía lo que significaba la amistad. Era alegre y juguetón, pero de carácter fuerte al que le indignaba la injusticia.

En 1960 ganó el primer premio, junto con César Calvo, en el concurso “El Poeta Joven del Perú”, convocado por la revista Cuadernos Trimestrales de Poesía, de Trujillo, dirigida por Oscar Corcuera.

El 20 de julio de 1961 viaja a Moscú, pasa a Asia, luego a Paris y Madrid. En 1962 se va a Cuba a estudiar cine.

En vida publicó “El río”, “El viaje”, Dejó poemarios inéditos como “Estación reunida”, “Poemas de la tierra”, “Viajes imaginarios”, “Poemas dispersos”. Su nombre de combate fue “Rodrigo Machado”.

El mensaje de Javier

Tal vez fue Lenin quien dijo, “En algunas épocas las mismas clases dominantes que asesinan a hombres que después pasan a tener un significado profundo de su patria, tratan de apoderarse de su memoria (como aves de rapiña) para confundir al pueblo haciéndose pasar como los realizadores de esos ideales por los cuales ofrendó su vida el combatiente”.

Y esto es lo que sucedió y sigue sucediendo con Javier, añadiendo además, para vergüenza de quienes lo hacen, que no solamente cometen la ignominia arriba mencionada de las clases opresoras, sino también entran en la conjura algunos compañeros de ideales y sueños. Por eso es importante rescatar a Javier y tantos otros héroes populares para que no aparezcan como los “románticos”, “los ingenuos”, “los aventureros” que abrazaron y abrazan “ideas extrañas”, porque eso es una farsa.

Es verdad que Javier fue un romántico (qué poeta, qué militante, qué guerrillero no lo es), un ingenuo (pero para decir, “del horizonte de uno al horizonte de todos”, como Paul Eluar), un aventurero (pero a la manera del Che, que exponía su vida por las ideas que enarbolaba). Pero de lo que se olvidan decir es que Javier fue un auténtico revolucionario, un hombre en toda la extensión de la palabra, que estuvo comprometido política e ideológicamente con la liberación definitiva de su patria, y no con meras reformas estructurales y nacionalistas.

Por eso, en los actuales momentos de nuestra vida política, el recuerdo y presencia de Javier adquiere un significado especial: persistir en la lucha por el auténtico socialismo, aun cuando sea desde las trincheras del desaliento o desesperanza. Porque lo que Javier y otros quisieron, no fue una bola menos pesada para el presidiario, ni una sociedad donde se maten (de hambre o de bala o se desaparezcan o destierren) obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales comprometidos. ni que se renuncie a la inevitable lucha de clases.

El recuerdo y presencia de Javier debe servir para guiarnos a producir acciones unitarias a favor de las grandes mayorías, que conduzcan al socialismo y al internacionalismo de nuestra patria latinoamericana, amenazada por el neoliberalismo salvaje y sus siempre protervos adalides como Vargas Llosa.

Addenda

Alguna vez testimonié en un semanario diciendo: “A Javier Heraud –los amigos cercanos y los otros- lo hemos traicionado. Su legado político lo hemos olvidado, lo hemos echado al tacho de basura. Nadie (a excepción de Edgardo Tello) ha seguido su generosidad y lealtad, su mirada al porvenir y su entrega. Porque todos los de la generación del 60 nos dedicamos a posar, a hablar, hacer recitales, manifiestos, pero no a entregarnos a la lucha concreta y definitiva. Fuimos como una especie de dandys de la palabra y del gesto”. Y puedo añadir ahora: “Y después (especialmente con los tiempos del fujimorato), muchos otros lo volvieron a traicionar, ya claudicando en su pensamiento, ya pasándose al enemigo”.

Por eso, la muerte de Javier, para nosotros los poetas e intelectuales que deseamos servir a la historia, debe ser el punto de partida y el compromiso permanente con las mejores causas populares. Debe ser el testimonio heroico de la teoría y de la práctica, desde el lugar que nos encontremos. La afirmación de nuestras esperanzas. Debemos, pues ratificar, de manera permanente, que los ideales de belleza y lucha no son excluyentes, sino están en la misma línea de combate y por encima de todo tipo de interés. Y eso lo advirtió premonitoriamente Javier cuando dijo: “No hay que elevar las promesas futuras, si a la hora de la lluvia sólo tendremos el sol y el trigo muerto”.

La historia, inflexible como siempre, le ha vuelto a dar la razón a Javier, nuestro mejor paradigma de poeta y revolucionario. Y nos ha vuelto a poner a nosotros en nuestro sitio. De donde sólo podremos salir si mostramos entrega y vitalidad. Como él, cuando murió.

Lima, 2006, jueves 18 de mayo, Escuela de Folklore “José María Arguedas”

Juan Cristóbal

juancristobal2001@yahoo.es

http://es.geocities.com/juancristobal2001





última carta a la madre *

Habana. Cuba.

Querida madre:

No sé cuándo podrás leer esta carta. Si la lees quiere decir que algo ha sucedido en la Sierra y que ya no podré saludarte y abrazarte como siempre. ¡si supieras cuánto te amo!, ¡si supieras que ahora que me dispongo a salir de Cuba para entrar en mi patria y abirir un frente guerrillero pienso más que nunca en ti, en mi padre, en mis hermano tan queridos!

Voy a la guerra por la alegría, por mi patria, por el amor que te tengo, por todo en fin. No me guardes rencor si algo me pasa. Yo hubiese querido vivir para agradecerte lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, y tu me criaste honrado y justo, amante de la verdad, de la justicia.

Porque sé que mi patria cambiará, séque tú también te hallarás dichosa y feliz, en compañía de mi padre amado y de mis hermanos. Y que mi vacío se llenará pronto con la alegría y la esperanza de la patria.

Te besa TU HIJO Javier



POEMARIO DESDE MARXIST .ORG






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