He aquí uno de los más significativos realizadores del cine documental cuya obra contiene, patente y latente, esa militancia revolucionaria y necesaria de las imágenes que se producen al fragor de las luchas sociales. He aquí pensamiento e Imagen que reflejan algunos caminos a seguir en la dialéctica del ascenso humano. Obra incómoda -para muchos- que palpita en las pupilas sus signos de razonamiento vertiginoso y sin vuelta atrás. He aquí la obra documental del “Negro” Ríos.
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Se trata de un luchador de la imagen, incansable y agudo, conductor de una obra política e intelectual que se hace cine documental a fuerza de beligerancia revolucionaria. Obra que imprime su poesía al recorrido cinematográfico de la praxis transformadora del mundo. Acción de filmar con ojos de cine en llamas. Obra de hipótesis y acción directa para impulsar, también, al cine documental naciente. Obra crítica para combatir de manera revolucionaria, hacia adentro y hacia afuera, desde el género documental y hasta las luchas sociales. Obra con el puño bien alto para mantenerse firme. Obra urgente y trabajo colectivo. ¡Hay que verlo!
Humberto Ríos aporta cierta manera de hacer visibles los afluentes más íntimos de la lucha simbólica de los pueblos. Su producción surge en las claves del documentalismo militante que busca tácticas y estrategias de significación en cuanta acción directa construye la semiótica rebelde de las masas. Obra que hace sentido, que lo desarrolla, en el seno del sentido siempre transicional del relato documental. Obra con identidad política de un director nutrido con los imaginarios populares para la intervención nada “inocente”. Obra de la realidad y de la subjetividad, protagonista y cronista, que confía en la lucha y que no queda atrapada en el simplismo de los “hechos registrados” como si estos fuesen equivalentes y entelequia de cierta “objetividad” inexistente hasta el hartazgo. Obra de “reflejo” cuya unidad deriva, no de recursos efectistas, sino de la unidad (no la uniformidad) en la lucha que se enraíza desde el debate capital-trabajo. Uno de sus calibres mayores.
De nada sirve “mirar” si no se instaura o restaura la relación mirada-pensamiento-organización y movilización. Obra “reflejo”, comprometida con la imaginación intencionada y dirigida, bajo un programa de la vista rebelde, es decir, inconforme con la contemplación pura. Obra que es más que “mirada”. Obra que es acción de identidad revolucionaria, donde se combate la mueca estereotipada de las formas convencionales agotadas en el vaciamiento del efectismo mercantil, la palabrería y el panfleto. Ríos no apela a los recursos expresivos de un lenguaje cinematográfico pretencioso, como “cosa acabada”, ni a la relación abstracta del mundo sensible como solución mágica…. ni al empirismo ni al criticismo. Su trabajo es decisión para enriquecer la fuerza de la Imagen y de los imaginarios en lucha contra la opresión que, en sus manos, es también la lucha del documentalista que avanza, hombro con hombro, en las filas de los trabajadores. Lucha por el ascenso simbólico hacia una sociedad des-alienada.
He ahí la obra de Humberto Ríos, con objetivos superiores muy claros, estrategia y táctica documentalista activismo de la Imagen tensionada dialécticamente entre lo general y lo particular, lo local y lo mundial… sin dogmatismo. Aporta una comprensión clara y sobria de la situación, poética de las fuerzas propias y épica de las luchas. Sin concesiones. He aquí la obra de una vida cuyos principios se han fraguado en la dialéctica de sus contradicciones propias. Obra viva que debate incluso con sus premisas, desde las imágenes acústicas hasta las visuales que, en la cámara de Humberto, se vuelven locución rebelde, desigual y combinada, para saldar cuentas contra una historia mundial de opresión y alienación degenerada. Es preciso estudiarla con detalles.
Humberto Ríos hace documentales para profundizar ese tipo de relaciones sociales que, con Imágenes, revolucionan incluso la idea de “documental” hasta hacerse mucho más que “películas” o “videos”. Su obra es producción concreta comprometida con exámenes éticos y estéticos que son su praxis y cuya tensión no se agota con salidas fáciles. Muchos de sus críticos jamás han estudiado estos aportes. A Ríos no le interesa presentar secuencias de Imágenes en “documentos” lineales porque quiere trabar relación directa con los conflictos de clase y de fondo donde hay que asumir compromisos. Humberto en sus documentales es él mismo, sujeto a sus interrogaciones múltiples, de carne y hueso en cada imagen.
Por eso la praxis documental de Humberto Ríos está mediada por una reflexión sistemática que se preocupa incluso por la poesía audiovisual. Para él no debe escasear la puesta en duda de toda expresión que no ensamble con la “épica” y la “lírica” de lo histórico, sus implicaciones en el universo emocional colectivo y a quién sirven los efectos, de corto y largo alcance, producidos por la poesía misma. Praxis del sentido y la verdad en Imágenes que se empeñan en transformar la realidad y la conciencia, en otras palabras, praxis de su pasión por la Imagen.
La obra de Humberto Ríos es una prueba de que sin teoría revolucionaria del documental y de la Imagen, no puede haber realización revolucionaria del documental. La obra de Ríos es in-entendible sin analizar el desarrollo concreto de la sociedad donde ha trabajado cada documental. Por eso él es tan cuidadoso con el método y con el mirar los “hechos”, por eso se cuida tanto de no caer en generalizaciones y su documentalismo, para fortalecerse, se afianza en su posición de clase. He aquí un logro del cine documental en manos de Humberto Ríos y he ahí uno de los desafíos que nos impone su obra. No hay escapatorias. Su obra es parte de una época fundacional y guía, se le cuestione lo que se le cuestione. A sus críticos más intolerantes, (que los tiene) algunos de ellos lenguaraces de oficio, habrá que exigirles que ofrezcan con exactitud, análisis minuciosos sobre los aportes de Ríos, sus objetivos históricos, sus sistemas de significación y sus relaciones de producción documental. No todos pueden.
Uno sabe que Humberto Ríos enfrenta, permanentemente, un debate teórico y práctico con la producción documental toda y por eso es uno de los maestros más connotados que acrisola principios y finalidades científicos que mueven la producción de imágenes. Desarrolla así un filosofar político-crítico y un hacer fílmico cuya conciencia de clase, también en la cátedra, incluye su capacidad didáctica para experimentar y proponerle al documental renovaciones profundas. ¡Si lo habremos visto insistir, a golpes de acento terrestre, la asunción de responsabilidades documentalistas sobre el yunque de los conceptos…! Para él, el documental es productor de sentido que, bajo las condiciones materiales y concretas de la producción y reproducción de imágenes, pone lo suyo para ayudar a gestar el nacimiento del hombre nuevo. Eso es una escuela.
Ríos combate toda interpretación mecanicista de la realidad y su obra se desenvuelve en condiciones donde está presente una poesía visual dura, dolorosa y clarificadora. Por eso su obra es también un enunciado abierto que construye una tarea de lucha contra aquel “documentalista” que juega a ser “historiador” de pasquines… contra aquel que se legitima en la payasada de pegotear testimonios azarosos. Prefiere al documentalista en pie de guerra contra la improvisación el entreguismo, contra la gula mercantil de los advenedizos estetas del engaño. Ríos es un baluarte en un territorio de luchas muy duras que puso en la lente su “historia razonada”, es decir su historia que no atomiza ni pulveriza la realidad con mezcolanzas de vicio empirista preñado de casualidad y cinismo farandulero.
Aunque uno no coincida con él, de punta a punta, sabe que Humberto Ríos ofrece una obra razonada que ve y enseña, sistemáticamente, el documental como intervención histórica y movilización política. En ese campo el documentalismo de Humberto Ríos es un salto cualitativo porque implica, entre otras cosas, una táctica de compromisos con Imágenes dispuestas a romper con ciertas ataduras estatutarias ideadas por algunas escuelas de la “contemplación pura”. Esa es la lección de una generación que nos compete a todos. Documental que impulsa a la lucha en sus movilizaciones y apuestas que andan viendo la manera de fortalecer la batalla incansable hacia una percepción activa del mundo y un encuentro con el presente concreto. Ejercicio de diálogo entre la producción creadora y el documental bajo cierta manera de pensar el espejo documentalista, sus encuadres y movimientos, que son exploración a la interioridad dialéctica de la imagen exterior y universal. No trata de reinventar artilugios, su trabajo considera la pasión por la realidad como una pasión por la humanidad que, en acción, sintetiza su ser con exactitud objetiva para permitir la videncia de las intimidades más invisibles, sus tripas, sus huesos… aquí y ahora. Esa pasión por la realidad instaura factores ético-estéticos entre las pasiones sociales y pone de manifiesto su necesidad de intervenir sobre la realidad, la sociedad y sobre sí mismo. Ruta de lucha con imágenes, lirismo del logos.
Humberto Ríos rompe formatos y se suma a una praxis teórico-metodológica del documental que, desde su inicio, buscó el avance científico del método y del documental mismo. Contra el mito de la “objetividad documentalista”. Contra el documental snob de “cineasta”; contra el fetichismo de la mirada, endiosada y quietista, que sólo se entiende a sí misma ante el espejo de las vanidades burocráticas. Contra el pandillerismo de ciertos “intelectuales” caza-subsidios y contra los sectarismos y las auto-proclamaciones. Contra los nacionalismos y los chovinismos.
Nadie se baña dos veces en las mismas imágenes. Humberto Ríos es un documentalista en la dinámica viva de sus contradicciones y desaciertos, su praxis sintetiza a su espíritu y es su espejo, su resumen, su informe de actividades. No es sólo anécdota de un trabajo, es su vida misma. Es mucho más. Es un documentalista vivo, en todos sentidos, producto de una tensión histórica que ha hecho visible la verdad a cualquier precio, especialmente a precio colectivo, al precio donde todos ponen. Para Humberto Ríos la realidad nos espeja y nos define, en la pantalla, dentro y frente a ella, por eso nos “miramos” en la acción de lo idéntico y lo diferente. Es esa la dinámica de las realidades y las necesidades. Con el documental intercambiamos posiciones y nos vemos gracias a la acción documental que también somos, históricamente fragmentados en clases antagónicas. He ahí la obra de Ríos informándonos, enfureciéndonos, emocionándonos… con esa acción de sus imágenes documentales que son salto cualitativo de la conciencia, que quieren asegurarse un lugar en el universo complejo de los imaginarios en lucha, en sus estrategias y tácticas diversas.
Tengo algunas críticas y peticiones, fraternales siempre, para Humberto Ríos, él las conoce. Insisto enfáticamente en salvarlas de cualquier pedantismo o petulancia culterana. Uno está siempre obligado a ofrecer sus críticas como propuestas respetuosas y someterlas también a la crítica. Que uno se atreva a criticar no implica que se tenga la razón… aunque lo suponga. A Humberto se le pide más trabajo teórico, no porque él esté huérfano de tesis suficientes sino porque, unas y otras razones le han dejado poco tiempo o espacio para publicar la cantidad extraordinaria de ideas que fluyen en sus conferencias y también en sus charlas coloquiales. Es necesario sistematizar y publicar todas las tesis de Humberto que proliferan constantemente y suelen quedar sin registro. Lo sé gracias al privilegio de conocerlo personalmente.
Pido a Humberto Ríos más experimentación para explorar las líneas principales de sus tesis, en particular aquellas referidas al papel de la poesía en el documental. Le propongo más investigación. Es decir que presione aun más a sus estudiantes con el estímulo que sólo él sabe inspirar en el trabajo de idear tesis novedosas y comprometidas. Pido aterrizar (dicen algunos pragmáticos) el hervidero de ideas y debates que por aquí y allá, Humberto acicatea con notas sueltas, intuiciones en crudo… gustos y disgustos, propios de una inteligencia entregada a movilizar y movilizarse. Pido a Humberto que no pierda esa riqueza. Propongo a propios y extraños, a los que saben cómo y a los que tienen los recursos económicos, técnicos, académicos… sistematizar con Humberto Ríos su obra. No dispendiar o dilapidar con olvido ese trabajo de un militante de la imagen que ha sido testigo y protagonista de la historia misma del documental. Directa e indirectamente. Que no nos gane la apatía, que no se nos pierda el cúmulo de aportes y que no nos quedemos sin saber, exhaustivamente, qué se trae, “entre ceja y ceja”, este indagador consuetudinario que no para de estudiar las leyes de la realidad.
Hace falta trabajo de acopio e investigación sobre la obra de Humberto Ríos… la que existe y la que está en el horno. Es preciso convocar, a quien corresponda, para asegurarnos de poner en su lugar el lugar de Humberto Ríos, hacedor, investigador, docente, militante de la imagen y del documentalismo más nuestro. Obra desafiante que es y será, sin dudas, ampliación de horizontes para los “viejos” y los “nuevos” documentalistas.
Humberto Ríos, que ha visto y documentado mucho de la miseria y la barbarie engendradas por el capitalismo, es un documentalista que ha puesto todo lo que tuvo (y más) para no dejar morir, en manos de los impedimentos más absurdos, su voluntad de militante de la imagen revolucionaria. Es preciso reconocerlo y aprender. Este documentalista ha combatido a la miseria y a la barbarie con coherencia ejemplar, incluso contra la incomprensión de algunos, incluso contra las “vacas flacas”, incluso en los días de la peor furia represiva y esclavizante que ha padecido la humanidad en todas partes. Lo vimos luchar y lo vemos aun, con la beligerancia poética de sus imágenes, con su obra en pie de guerra, contra la desolación, la desesperanza y la crueldad infinita de un sistema económico, político, simbólico, injusto por definición. Hemos visto y vemos a Humberto Ríos al lado de los trabajadores, los indígenas, los campesinos, los estudiantes… que se organizan y luchan para salvarse a sí mismos, en plena lucha de clases, con base en sus fuerzas propias. La obra de Humberto Ríos es una misión cumplida siempre dialécticamente, es decir siempre en construcción, siempre con futuro. Esa es también su ética, como debe ser.
Santiago Alvarez según Humberto Ríos //Por Pablo Russo
“Extraordinario hombre del lenguaje cinematográfico”
Humberto Ríos, cineasta nacido en La Paz, Bolivia, en 1929, está radicado desde hace años en la Argentina. Se desempeñó como director, guionista, productor, fotógrafo y montajista. Integrante del Nuevo Cine Latinoamericano, su primer cortometraje, Faena, data de 1960 (*). Trabajó junto a dos grandes referentes del cine político argentino: Raymundo Gleyzer y Fernando “Pino” Solanas. Con los años desarrolló también un profundo vínculo con Santiago Álvarez, y fue uno de los principales promotores de su visita a la Argentina en 1997. Hoy se desempeña como docente en la ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica).
(*) Entre los trabajos más reconocidos de Humberto Ríos podemos citar su intervención como director y montanista en Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación (1969), Al grito de este pueblo (1972), su colaboración como camarógrafo en México, la revolución congelada (Raymundo Gleyzer, 1972), y su participación en la difusión clandestina de La Hora de los Hornos (Fernando Solanas y Octavio Getino, 1968) junto al grupo Cine Liberación.
Queríamos conocer su opinión sobre Santiago Álvarez y sus influencias estéticas en el cine latinoamericano.
Bien, hay que recordar siempre una cosa muy importante: Santiago Álvarez es uno de los más grandes documentalistas de América latina. Fue además, uno de los pioneros en lo que se refería a transformar el lenguaje de noticiero en un lenguaje documental, en un lenguaje, asimismo, muy poético. Recordemos que una de sus primeras obras cuando empieza a ser cineasta -casi a los cuarenta años de edad-, dio un vuelco importante en el cine latinoamericano, y fue fundador de un estilo de videoclip que todo el mundo reconoce como “videoclip político”. Estamos hablando de Now (1965), cortometraje de cinco minutos en el que hace gala de su destreza en el manejo de la imagen fija. Lo de Santiago Álvarez es nada menos que el inicio de un cine documental latinoamericano.
¿Qué importancia piensa que tenía la música en la organización de las imágenes de sus documentales?
Santiago era un excelentísimo músico, un excelente montajista, un hombre que combinaba sus ideas políticas con cualquier elemento que tuviera a mano. Y con cualquier cosa hacía un pequeño trabajo maravilloso. Era capaz de convertir una conferencia sobre medioambiente, por ejemplo, en una pequeña obra de arte con un mensaje claro. Lo que tenía de bueno es que organizaba sus imágenes en base a la imagen pura, la música, y los ruidos y efectos. No usaba casi nunca un narrador, una voz over; siempre tenía una imagen palpitante, fuerte, combinada. Lo que hace a su riqueza visual, hace también a su riqueza musical. Fue un extraordinario documentalista y un extraordinario hombre del lenguaje cinematográfico.
Es llamativo que haya comenzado su militancia en el cine a los cuarenta años…
Los cuarenta años son hoy una edad simbólica en América latina: es la edad en la que empezó a hacer cine Santiago Álvarez, pero también se cumplen cuarenta años de los principales festivales que tuvo el continente: Viña del Mar (Chile) y Mérida (Venezuela), de los que salió la creación del Nuevo Cine Latinoamericano, del cual Santiago Álvarez fue un pilar fundamental. El cine latinoamericano está en los festejos de los cuarenta años.
¿Cuál fue su relación personal y laboral con Álvarez?
Mi relación personal con él empezó en el Festival de Viña del Mar 67. Fue después del impacto que nos causó cuando hizo Now. Después lo volví a ver en el Festival de Viña del Mar 69, donde nació una amistad entrañable al influjo del cine. En esa ocasión vimos por primera vez la película en homenaje a Ho Chi Min (79 Primaveras, 1967), y la impresión de esas imágenes llenas de poesía, de una fuerza revolucionara, repletas de una grandeza humanística, fue tan importante e inmensa que consolidó nuestra amistad. Luego, con los años nos volvimos a encontrar muchas veces en viajes que hacíamos por el mundo. Recuerdo uno muy particular, que fue la conferencia del Tercer Mundo en Argelia en 1973, donde pudimos conversar y discutir mucho más a fondo. También nos cruzábamos en los festivales europeos y latinoamericanos, pero la amistad se convirtió en realmente importante cuando en 1997 lo pude traer a Santiago Álvarez a la Argentina, gracias al apoyo de gente de la cultura que pedía su presencia en el país. A partir de entonces, la amistad con él y con Lázara Herrera, su mujer, fue muy intensa. Con ella todavía hoy nos mantenemos en contacto, promoviendo la memoria de Santiago como un hito para seguir impulsando la creación en el cine documental.
¿Qué rescata de su última visita a la Argentina?
En el caso de la experiencia Argentina, pasó que varios estudiantes que no conocían la obra de Santiago tuvieron oportunidad de verla por primera vez en forma íntegra, desde sus películas iniciales hasta las últimas. Se dieron cuenta que tenían delante a una personalidad valiosísima, y muchos intentaron retomar su camino usando su lenguaje en las fotos fijas, los carteles dinámicos, y las emociones a través de la música. Los cambios tecnológicos permitirían hoy, supuestamente, volver a las fuentes que utilizó Santiago, pero la juventud también tiene su propio camino y su propio destino. Creo que lo que están haciendo los jóvenes es, justamente, aún a pesar de que no tengan reminiscencia de este director cubano, recoger sus enseñanzas en cuanto al uso de la música, del montaje, y el mensaje político, que hoy convierte en imperecedero a Santiago Álvarez.
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Este largometraje documental cuenta la vida y obra de Raymundo Gleyzer, un cineasta argentino secuestrado y asesinado por la dictadura militar en 1976. En conjunto con la vida de Raymundo, se narra la del cine revolucionario latinoamericano, y las luchas de liberación de los 60’ y 70’. En vida, Gleyzer fue uno de los principales referentes del cine combativo y militante, y luego de su " desaparición " quedó en el más oscuro de los olvidos para la sociedad. Este documental busca por tanto devolver lo que la CIA y las dictaduras latinoamericanas no pudieron destruir: la memoria, los ideales y el valor de la verdad.
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