viernes, 23 de abril de 2010

JUAN ("JOHNN") TORRES

JOHNN TORRES

*Agentino de nacimiento, se alistó en el ejército de Estados Unidos. Apareció muerto la base militar más grande de Afganistán en 2004. La explicación oficial fue la de un suicidio, pero la investigación familiar hecha dudas sobre esa hipótesis (Johnn conocía demasiado sobre el trafico de heroína en los destacamentos militares).

*Su padre denuncia que, en caso de haber sido un suicidio, se debió a la profunda depresión y dolores insoportables que provoca la pastilla contra la malaria que el ejército obliga a tomar a los soldados, que es la más barata del mercado y tiene efectos colaterales severos.

*JUAN TORRES, EL PADRE DEL SOLDADO JOHNN, HABLO DESDE SU CASA EN NORTEAMERICA CON ATRAPADOS EN LIBERTAD. LUEGO DE 5 AÑOS DE LUCHA LOGRO QUE EL ESTADO RETIRE LA PILDORA QUE LE CAUSO LA MUERTE A SU HIJO DEL MERCADO Y DEL EJERCITO.

-HABLO DEL DOCUMENTAL PROXIMO A ESTRENARSE, Y DE SU FUNDACION DE AYUDA A SOLDADOS VICTIMAS DEL EJERCITO DE ESTADOS UNIDOS


PODES ESCUCHAR EL PROGRAMA

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Del heroísmo a la heroína

Por Juan Gelman

Es notorio que las tropas estadounidenses que combatieron en Vietnam no les hacían asco a las drogas. Menos ahora en Afganistán. Es la primera vez que ocupan un país productor de opio, padre de la heroína, y de ella se sirven para uso personal y no solamente: el paquetito que se puede comprar por 30 dólares a pocos pasos de la base aérea norteamericana de Bagram, al norte del país, rinde centenares de dólares en las calles de Nueva York. Lo comprobó el periodista independiente Shaun McCanna cuando filmaba un documental in situ (www.salon.com, 7-8-09). Después de todo, Afganistán es el origen del 93 por ciento de la heroína que se produce en el mundo. Era: tanta producción abarató el artículo y los campesinos afganos han reducido algo su cultivo.

No siempre fue así. A mediados de los ’70 no había adormideras opiáceas en Afganistán ni en Pakistán. Todo cambió con la invasión soviética en 1979: el entonces presidente Jimmy Carter dio luz verde a la operación encubierta de la CIA destinada a financiar y armar a la resistencia afgana. En las zonas que iban liberando, los mujaidines ordenaban a los campesinos que cultivaran opio para pagar el “impuesto revolucionario” y se instalaron laboratorios de elaboración de heroína en la frontera afgano-paquistaní protegidos por la CIA y el servicio de espionaje de Pakistán. Resultado: el fiscal general estadounidense William French Smith declaraba en 1981, apenas dos años después, que de allí provenía el 60 por ciento de la heroína que se consumía en EE.UU. (sonic.net, agosto-septiembre de 1997). Qué rapidez. No comparable, sin embargo, a la que se observa desde la ocupación de Afganistán.

El gobierno talibán, curiosamente, había reducido en un 90 por ciento el área cultivada con la adormidera. Desde el 2001, año de la invasión, las tierras sembradas se multiplicaron por 15: pasaron de 8000 hectáreas a 123.000 en el 2009 (Afganistán Opium Survey 2009, Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, septiembre 2009). Los ingresos generados por el tráfico de la droga afgana son considerables. “El comercio de los opiáceos afganos proporciona una gran parte de los ingresos a escala mundial de los narcóticos, cuyo monto estimado por las Naciones Unidas es de 400 a 500 mil millones de dólares anuales”, señaló el especialista Miguel Chossudovsky (www.globalresearch.ca, 12-7-04). Hoy, tal vez más. Son de imaginar los intereses comerciales y financieros, legales e ilegales, que manejan este botín.

Chossudovsky señala que, si se toma en cuenta que el narcotráfico ocupa el tercer lugar, después del petróleo y de la venta de armas, en cuanto a las ganancias que arroja la comercialización de productos a nivel mundial, los poderosos grupos de negocios aliados al crimen organizado compiten por el control estratégico de las rutas de la heroína, no menos importantes que las petroleras y las armamentistas. ¿Habrá sido éste otro incentivo que alimentó la invasión y ocupación de Afganistán? Los talibán se están tomando la revancha: venden heroína barata a las tropas estadounidenses, desgastadas por las misiones de combate y, sin embargo, con bastantes horas libres por día en las que hay que entretenerse. ¿Con heroína? Por qué no.

McCanna compró heroína una docena de veces con absoluta libertad mientras realizaba su documental sobre la muerte en circunstancias sospechosas del soldado John Torres, que había escrito a su familia acerca de los problemas de drogadicción en la base aérea de Bagram. Aunque un portavoz de la base, el mayor de ejército Chris Belcher, había emitido un comunicado en el que indicaba que “son escasos los informes sobre el uso de drogas o de alcohol (entre los efectivos norteamericanos) que recibe la policía militar”, McCanna no pudo hablar con tres veteranos que recibían tratamiento por drogadicción, como se le había prometido. Los únicos datos oficiales del Departamento de asuntos relativos a los veteranos mostraban que no existían –o eran pocos– los casos de consumo de heroína por las tropas estadounidenses en Afganistán. Quién sabe.

El general de cuatro estrellas (R) Barry McCaffrey, zar de las drogas bajo la férula de Bill Clinton, confesó no hace mucho que el uso de drogas entre las filas de ocupantes norteamericanos se había duplicado en los últimos cuatro años. Si se aumentara el número de efectivos trasladados de Irak a Afganistán, agregó, muchos más “meterían la nariz (en la heroína) y les va a gustar” (www.thedailybeast.com, 4-11-09). Si Obama decide finalmente destinar 40.000 militares más a una guerra que ya dura ocho años, los estará exponiendo a la muerte por droga o plomo. Pero se sabe que a la Casa Blanca poco le importa ese detalle, empeñada, como está, en “la lucha por la libertad y la democracia” en todo el mundo.---------------------------------------------------

Una película innovadora documenta la lucha de un padre por exponer los detalles de la muerte de su hijo soldado en Afganistán

El documental expone los poco conocidos pero muy ampliamente practicados encubrimientos militares de las causas de muertes de soldados en los nueve años de guerra.

"Drogas y muerte en Bagram," una nueva película documental sobre la búsqueda de un padre de la verdad sobre la muerte de su hijo soldado en Afganistán, será vista por primera vez en los Estados Unidos en Chicago el jueves, 27 de mayo a las 6: 30 pm, con una segunda proyección programado para el sábado, 29 de mayo a las 6: 00 pm. Ambas proyecciones se celebrará en el edificio: Schmitt Academic Center (SAC) de la Universidad DePaul ubicado al 2320 del Norte de la Avenida Kenmore, #154.

La película documenta los seis años de lucha incansable del inmigrante de Chicago Juan Torres cuando él trata de saber la verdad sobre la muerte de su hijo en una base en Afganistán en el 2004. El inmigrante Latino se atrevió a desafiar a los militares de Estados Unidos para descubrir la verdad sobre la misteriosa muerte de su único hijo, John. La película se centra en la persecución implacable de Juan Torres de los hechos reales, incluso cunado ellos comienzan a apuntar irrevocablemente a un extenso encubrimiento militar y una muerte prevenible.

Aunque el caso de John Torres no es el primero en el que el ejército estadounidense ha distorsionado los hechos acerca de las muertes de sus soldados, el caso de Torres expone las muy poco conocidas prácticas que tienen graves consecuencias para miles de personas que han servido en el campo en esa guerra – y sirve como un cuento cautelar para jóvenes que están considerando la posibilidad de alistarse para la «guerra buena» de los Estados Unidos en Afganistán.

El Especialista del Ejército Juan Torres, un Licenciado en Contabilidad, con una prometedora carrera, estaba estacionado en la base militar-aérea de U.S. en Bagram, Afganistán. Dos semanas antes de su dada de baja como militar, el ejército notifico a Juan, el padre de John Torres, que su hijo se había suicidado. "Drogas y muerte en Bagram " expone que el gran esfuerzo de los militares estadounidenses para no darle información a las familias – y las trágicas consecuencias de estos encubrimientos, que van desde información incorrecta y una conspiración de silencio, hasta la muerte innecesaria de los soldados en la vestigio de la avaricia de las corporaciones farmacéuticas.

Las consecuencias negativas para las familias pueden ser devastadoras. "Se acabo mi sueño americano" dijo Juan Torres, después de descubrir la verdad sobre la muerte de su hijo.

El ccineasta Shaun McCanna conoció a Juan Torres en una de las muchas demostraciones en contra de la guerra de Irak donde Juan fue era un manifestante regular. Como un documentalista y periodista independiente afiliado con el centro de Pulitzer en informes de crisis, la historia de Juan lo había intrigado tanto que el invirtió tres años para seguir, documentar y revelar el desarrollo de esta historia. "Drogas y muerte en Bagram" es su más reciente documental – y una película que debe ser vista por familias de militares y los jóvenes que están considerando la posibilidad de alistarse en el ejército. Tanto el cineasta McCanna como Juan estarán presentes en ambas proyecciones y participaran en la discusión con miembros de la audiencia, después de que la película se muestra.

La premier de la película "Drogas y muerte en Bagram" está siendo co-patrocinada por el Centro para la Investigación de los Latinos en la Universidad de DePaul y CAMI, Comité Anti Militarización, una organización de base a la que pertenece el padre de Juan Torres, la cual es un proyecto para contrarrestar el reclutamiento de jóvenes latinos para la guerra. Se sugiere una donación de $ 5.00, y estudiantes con acreditación serán admitidos de forma gratuita. Para obtener más información por favor llame 312 369-9294 (en inglés) y al 773-550-4584 (en inglés).

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SOCIEDAD › EL ARGENTINO JUAN TORRES INVESTIGA EL SOSPECHOSO SUICIDIO DE SU HIJO EN AFGANISTAN

La historia de “John”, soldado desconocido

Juan Manuel Torres Jr. se enroló a los 17, sirvió en retaguardia y luego se recibió de contador. No había leído la letra chica del contrato: tras siete años de vida civil, fue convocado y destinado a Kabul. Apareció muerto de un tiro en una ducha: el ejército dice que fue suicidio, pero se perdieron las pruebas, hay contradicciones y el cuerpo mostraba señales de golpes. Su padre, el cordobés Juan Torres, busca justicia y sospecha del narcotráfico en las bases.

Por Susana Viau

Los hispanos son el 11 por ciento de la población de Estados Unidos. Sumados, negros y latinos representan el 21,5 por ciento, pero las proporciones se enloquecen a la hora de determinar cuál es la cuota que estas comunidades aportan a las aventuras norteamericanas en Irak y Afganistán: entre los que regresan en bolsas de plástico hay un 33 por ciento de hispanos y, junto a los negros, redondean el 68 por ciento de las bajas. El del hijo de Juan Torres, un ex inspector de la Municipalidad de Córdoba que en los ochenta emigró con la familia a Houston, Texas, es sólo uno de los cadáveres de esa estadística de la discriminación. Sin embargo, su caso tiene aristas singulares. Juan Manuel Torres (Jr.), o John Torres, como le gustaba que lo llamaran, no murió en operaciones sino en una de las duchas de la base aérea de Bagran, el más grande enclave norteamericano en el país de los talibanes. Su padre está convencido de que el Pentágono miente cuando afirma que John se suicidó. Hay demasiadas contradicciones en la versión oficial, una montaña de zonas oscuras, incluso las pruebas y los legajos han desaparecido. Ahora, con la ayuda de un cineasta que investigó los hechos y con la financiación de Sundance, Juan Torres, convertido en dirigente de la organización antibélica Gold Star Families For Peace, impulsa un documental que narra la historia de “John”.

Juan Torres recuerda la llamada entusiasta de “John” anunciándole: “Papi, me anoté en el ejército”. Cursaba el último año de secundaria y un reclutador le había ofrecido el oro y el moro. Firmó los formularios del USA Recruiting Battalion y al ejército no le importó que tuviera sólo 17 años. El incentivo para los chicos como él –sabe ahora el padre– suelen ser los 45 mil dólares que les ofrecen para poder pagarse la universidad. El costo de una carrera nunca baja de los cien mil y “siempre les explico a los chicos que el dinero que dan, esos 45 mil dólares, lo pueden ahorrar si trabajan dos años en una hamburguesería. Y no les cuesta la vida”. Hubo un argumento más para que John decidiera alistarse: no iría al frente porque un soldado de reserva está para emergencias civiles, catástrofes, en la retaguardia o en tareas de oficina. De todas formas, Juan Torres estaba inquieto. Pidió una entrevista y se reunió con dos oficiales en las oficinas que el Centro de Reclutamiento tenía en una galería comercial de Houston.

–Lo puede sacar –le advirtieron los militares–, pero su hijo firmó.

–Es menor y yo no lo autoricé –se defendió Torres.

–Es verdad. Sin embargo usted está en Estados Unidos, no en Argentina, y pudo haberlo evitado. No se haga problemas. Va a estar en la reserva. El nunca irá a la guerra.

John fue enviado a entrenarse a Fort Wood. Era 1995. Al poco tiempo lo trasladaban a Kosovo, donde estuvo once meses de marzo de 1997 a enero de 1998 en el 453 Cargo, una unidad de transporte. “En estas guerras es donde más mueren”, aclara Torres. John sobrevivió y regresó a casa. El tiempo pasó sin que volvieran a convocarlo. Aprovechó la licencia y se recibió de contador. A los cuatro años creyó que la experiencia militar había terminado, porque el contrato obliga a cuarenta y ocho meses de servicio. No obstante, se llevó un chasco: al séptimo año fue llamado nuevamente a filas. Ni John ni su padre habían leído la letra chica del convenio, la que establece que el lapso en el que permanecen en la órbita militar puede prolongarse hasta ocho años. Esta vez el destino asignado fue Afganistán.

John partió a Kabul en agosto de 2003. “Casi al terminar el año que obligatoriamente debía cumplir allí, empezó a mandarnos mails que nos inquietaron. ‘Tengo miedo. Hay muchos problemas acá. No me gusta lo que pasa. Hay mucha heroína’, nos dijo. Dos semanas después me escribió contando que todo parecía haberse tranquilizado, que ya no estaba tan asustado”, relata Torres. Padre e hijo tuvieron su última comunicación a las diez de la noche del domingo 11 de julio de 2004. John explicó que podía hacerlo porque sus superiores lo habían relevado de la tarea de ese día. Le ordenaron que se fuera a descansar y regresara el lunes muy temprano, por la mañana. En la madrugada del 12 de julio, el soldado John Torres, de 26 años, fue hallado muerto en las duchas con un tiro en la cabeza.

El resultado de la autopsia demoró 45 días. Las autoridades de la base de Bagran informaron que John había dejado una carta, aunque a su familia le entregaron sólo una copia. Después, adujeron que se habían equivocado, que la nota pertenecía a otro soldado, aunque jamás aclararon por qué el nombre que figuraba al pie era el de John Torres. La conclusión que el ejército hizo llegar a la familia fue que el muchacho se había volado los sesos con su fusil reglamentario, un dictamen que no tomó en cuenta que la bala encontrada en la cabeza de John correspondía a un calibre 9 milímetros Parabellum, habitual en las armas de puño cuyo uso está reservado en exclusividad a oficiales o a quienes estén al mando de la tropa. Tampoco repararon en el hecho de que estaba prohibido ingresar con armas a las duchas.

De acuerdo a la versión oficial, el cuerpo fue descubierto a las cuatro de la mañana y la muerte databa de las 2.30. Esos detalles quedaron desmentidos por el testimonio de un compañero de John, quien aseguró haberlo visto dirigirse a las duchas en pantalones cortos y con una toalla sobre el hombro a las cuatro de la mañana. Las incongruencias no terminaban allí: la laptop de John fue confiscada por sus superiores y, al devolverla, figuraba ingresado un programa de inteligencia militar, con la peculiaridad de que el programa había sido instalado dos meses después de la muerte del soldado.

Torres precisa que el cuerpo de John llegó a Texas una semana más tarde. El lunes lo velaron y el martes fue enterrado con honras militares, guardia de honor, salvas. A Torres le recomendaron que lo velaran a cajón cerrado porque el disparo le había destruido la cabeza. Torres desestimó la orden y abrió el féretro. La cabeza de John estaba en su sitio. Observaron contusiones y una sutura en la parte posterior. Torres cree haber detectado un orificio, como de bala, en la nuca. El cadáver fue revisado frente a una funcionaria del Funeral Home del gobierno de Texas, Karen Cortés. Cortés y Torres convinieron verse al día siguiente. Torres fue a buscarla pero no la halló. La habían trasladado.

Dónde mejor que en casa

Torres comenzó entonces una larga peregrinación en procura de justicia. En Washington, durante la campaña electoral de 2004, conoció a Cindy Sheehan. Ella no hacía sino llorar. Había perdido a su hijo dos meses antes. También estaba Fernando Suárez del Solar, mexicano. Su hijo había muerto en Irak, durante el tercer día de la invasión, al pisar una mina. Luego se reencontrarían en Dallas. Cindy Sheehan y Bill Mitchell habían puesto en marcha Gold Star Families For Peace, una asociación pacifista. Acamparon a lo largo de 30 días en las cercanías del rancho de George Bush. Al principio no pasaban de setecientos; al final, contabilizaban catorce mil. Las cadenas de supermercados registraron el fenómeno y les enviaron camiones con acoplado de agua mineral y latas de conservas. Lo mismo que ocurrió luego en Washington, en una marcha que congregó casi un millón de personas. El fin de la marcha coincidió con el huracán Katrina. Los organizadores resolvieron entonces que el agua y los víveres hacían más falta en Nueva Orleans. Su aporte “llegó antes que el del gobierno”, recuerda Torres con orgullo.

El presidente de los Estados Unidos jamás los recibió. “Nunca le interesó. Ahora, con la derrota, quizá sí. Pero esa gente no tiene corazón. Nosotros la tenemos a Nancy Pellosi. Siempre nos acompañó, la diferencia es que ahora tiene poder, ahora es importante” (la diputada demócrata será presidente de la Cámara baja del Congreso). A Torres, el empleado municipal que emigró en pos del bienestar, la muerte de su hijo mayor le descubrió una nueva vida. Trabaja lo necesario, se mudó a Chicago, “la ciudad más militarizada. Tiene 5 academias militares. En los primeros pisos funcionan como escuelas comunes, en el último está la academia militar. El alcalde Richard Daley, supuestamente demócrata, les abrió las puertas para que se afincaran”.

Otra de las lecciones que recibió Torres es que los reclutadores trabajan con ahínco en zonas de negros y latinos, en los barrios pobres. Este diario preguntó a Juan Torres si la oficialidad tiene las mismas características que la tropa. Torres sonríe y muy seguro afirma que no. Lo hace mediante una definición curiosa: “Los oficiales, en un 99 por ciento, son gringos”. A la fuerza, hoy almacena tarjetas personales, relaciones importantes, datos sorprendentes (“hay 17 mil desertores escapados a Canadá”) e historias amargas. Por ejemplo, la del hijo de Vicky Campos, Damián, un mexicano de 21 años, enviado a Fallujah, en Irak. El muchacho se resistió a enrolarse, lo presionaron. Vicky Campos pidió ayuda a Torres. “Lo que hice fue aconsejarle que desertara –explica el cordobés– y no lo hizo porque tuvo miedo. La madre estaba desesperada y juraba que si al chico le pasaba algo, ella se mataría. Le mandé una carta al superior de Damián diciéndole que si no lo dejaba regresar, él sería responsable de lo que le ocurriera. Se vio obligado a aceptar. El chico era ilegal. Se había alistado porque le habían prometido darle la residencia. Está en México, pero vivo. ¿Sabe por qué hacen estas cosas? Porque no tienen soldados. Se están quedando sin soldados. A los reclutadores les dan 2 mil dólares por soldado que enganchan y eso con nuestros impuestos.”

Heroicas, las drogas

Una cantimplora grande, moderna, resistente al calor, apropiada para el desierto, puede costar unos 300 dólares. En los mercados de Kabul, regateo mediante, se puede conseguir a tres, las antiparras a dos, un casco de 800 dólares a veinte y un chaleco antibalas de 2000 dólares a cien. El negocio se extiende más allá de los pertrechos, abarca comida, café, ropa, visores nocturnos, aparatos electrónicos y hasta computadoras portátiles, como la que encontró un funcionario de Unicef, cargada con programas de inteligencia del ejército. Todo eso, dice Torres, inunda las tiendas. Hay uniformes completos, nuevos, a diez dólares, botas sin estrenar por cinco. Es parte del comercio hormiga, ilegal, inmoral que une la base de Bagran con el exterior. En el lugar, enorme, trabajan dos mil afganos, cuatro mil contratistas civiles de Halliburton –la gran proveedora propiedad de Dick Cheney– y se parapetan ocho mil soldados. Lo que los afganos entregan a cambio de los productos del desarrollo es, sostiene Torres, lo que asustaba a su hijo John: heroína. “El 93 por ciento de la heroína que consume el planeta sale hoy de Afganistán”, cuenta Torres, “hay muchos ‘gangueros’. En Irak encontraron pintadas de la mara Salvatrucha y de los Latin Kings”. Lo que Torres no logra comprender aún es qué cálculo llevó –o lleva– a Halliburton a proveer a las tropas estacionadas en la región cargamentos de Viagra.

El día en que se presentó a las puertas de la base, la guardia preguntó: “¿Señor Torres?”. Era obvio que lo esperaban. Todo estaba de estreno en Bagran. El antiguo personal y los jefes habían sido transferidos a Irak. Torres pidió por el nuevo oficial al mando. El comandante Fitzpatrick lo recibió y hablaron durante horas. El militar trató de convencer a Torres de que las cosas estaban cambiando en la base y “que comprendía mi dolor porque él también tenía tres hijos”. Torres no estaba solo. Lo acompañaba Shawn Mc Nama, un cineasta nacido en Missouri que se interesó por la enigmática muerte del soldado John. Juntos diseñaron un esquema de investigación. Mc Nama hizo progresos notables, consiguió documentos, testigos y sometió el proyecto de documental al concurso de Sundance, el emprendimiento de Robert Redford para el desarrollo del cine independiente. El guión interesó al jurado y lograron la financiación. Michael Moore proporcionó ayudas y el productor de MASH comprometió su colaboración.

Torres y Mc Nama esperan tener listo el film para marzo próximo, si bien tal vez para esas fechas lo que el celuloide muestre sea la historia de un soldado desconocido. Juan Torres denuncia que tanto el legajo como los archivos, la bala que le extrajeron y el fusil reglamentario de su hijo han desaparecido del Pentágono. El joven hispano muerto en las duchas de la base de Badran nunca existió, ni rastros de un soldado llamado John Torres. Nada de nada, Nada, excepto la medalla de bronce al mérito militar concedida post mortem, los 400 mil dólares del seguro, los 100 mil del subsidio del ejército y los 200 mil que alguien con ese mismo nombre tenía en títulos de bolsa. También hay una tumba en el cementerio de Houston. “Y allí está mi esposa –relata el ex inspector municipal, enfundado en una remera con el rostro del muchacho y una leyenda que dice ‘A la amada memoria de...’– cambiando florcitas todos los días.”

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HABLA EL PADRE DEL SOLDADO JUAN TORRES, MUERTO EN UNA BASE DE EE.UU., EN 2004

'Una pastilla contra la malaria llevó al suicidio a un argentino en Afganistán?

Hacía siete u ocho días que no dormía. Pero esa noche, en la base militar norteamericana de Bagram, en Afganistán, fue la peor. Caminaba como un fiera enjaulada. Sus amigos recuerdan haberlo visto ir y venir. El soldado Juan "John" Torres apareció muerto en las duchas, al día siguiente. Ese joven brillante, optimista, inteligente, de futuro apacible, que había nacido en Córdoba hacía 25 años y se había radicado junto con su familia en 1980 en EE.UU., inexplicablemente se había suicidado. La familia sospechó desde un principio. Y se llegó a pensar que Juan había sido "silenciado" por saber demasiado sobre el tráfico de heroína alrededor de la base. Pero tras cuatro años de una investigación infatigable a cargo de los Torres, la verdad encontró su camino hacia la superficie.

"A Juan lo mató la pastilla", resume convencido Juan Torres, su padre, en diálogo telefónico con Clarín. La píldora en cuestión es la droga contra la malaria "Lariam" que los soldados norteamericanos están obligados a consumir mientras son destinados en Irak o Afganistán y que tendría efectos colaterales neurológicos severos: desde insomnio hasta alucinaciones, conducta violenta y finalmente el suicidio.

La verdad golpeó la puerta de los Torres por casualidad, cuenta Juan. "Por accidente recibimos documentación del Pentágono. Los documentos dicen que a mi hijo lo mató la pastilla. Le encontraron eso en la sangre".

La noticia estalló en The Washington Post el domingo. Rápidamente se convirtió en la cuarta historia más leída a nivel nacional. Y el lunes fue reproducida por varios diarios. La casilla de correo de Torres estalló y el teléfono no paró de sonar. "No se puede imaginar la cantidad de llamados que recibo... padres y madres de soldados muertos en las mismas circunstancias que Juan", asegura.
Según The Washington Post, un informe del psiquiatra del ejército norteamericano, Robert Ensely, sugiere que la influencia del Lariam (el nombre con que Roche comercializa la mefloquina) fue un factor probable en el suicidio. "Si Toxicología revela la presencia de mefloquina, el caso de Torres debería verse a la luz de otros suicidios sospechados de estar asociados con la droga", dice el informe, que señala que los síntomas en Torres comenzaron poco después de llegar en Afganistán, cuando su unidad comenzó a tomar Lariam. La pastilla se ingiere un vez por semana y resulta –según denuncia Torres– mucho más barata que otras drogas que deben ser administradas una vez por día.

Según el Post, la controversia en torno al Lariam surgió en 2004 después de que una investigación de la UPI-CNN vinculó la droga con el suicidio de seis soldados.

"El ejército me mató a mi hijo", repite Torres y calcula que los casos de suicidios de soldados ligados a la droga "podrían llegar a ser más de 600". "Son muchos casos. No sólo de muertos sino también de personas afectadas por los síntomas. El ejército encubre todo porque no quiere problemas y sabe las consecuencias que tiene la droga", dice y arroja otro dato: "el 10% de la tropa destinada en Irak y Afganistán ha tenido problemas relacionados al Lariam".

El Comité de Armas del Congreso ya está investigando el tema. "Y nosotros vamos a presionar. Vamos a pelear por los muertos, para sacar esta droga del mercado", advierte. Y en su incansable lucha, seguro será clave el documental "Drugs and Death at Bagram", que en diciembre presentará el documentalista Shaun McCanna sobre la muerte de Juan en 2004.

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EL PADRE DE UN SOLDADO DENUNCIA QUE LO ASESINARON

Extraña muerte en Afganistán

Juan Manuel Torres, argentino-norteamericano, se alistó con las tropas que fueron a Afganistán. Hace cuatro meses apareció muerto. Sus superiores dijeron que se suicidó; su padre dice que fue un crimen.

Los últimos que vieron vivo al soldado Juan Manuel Torres, estadounidense nacido en la Argentina, aseguran que entró a las duchas de la base Bagram, en Afganistán, provisto sólo de una toalla. Al instante, un tiro en la cabeza de una 9 milímetros cortó sus 25 años de vida. Mientras el ejército de Estados Unidos sostiene que se suicidó con su fusil, el padre de Juan Manuel afirma tener pruebas suficientes de que “lo asesinaron miembros del servicio de Inteligencia de la US Army porque vio algo vinculado al tráfico y consumo de heroína en las tropas” ocupantes el país que fue talibán. Lo dice en base a testimonios de ex compañeros de su hijo. En su pedido de justicia, cuenta con el apoyo del senador de Illinois, Richard Durbin, y del congresal demócrata Rahm Emanuel, quien confirmó a este diario que pidió informes al ejército sobre la muerte del soldado.
Juan Manuel nació en la ciudad de Córdoba el 7 de febrero de 1979. En marzo del año siguiente emigró con su familia a Estados Unidos. Allá terminó el secundario a los quince años, y a los 18 ya tenía título de contador. Con esta profesión se desempeñaba en una compañía petrolera en la que ganaba 70 mil dólares anuales. Como le respetaban el sueldo, se enroló para ir a Afganistán, donde por 1300 dólares mensuales efectuaba tareas de control de todo lo que ingresaba y salía de la base aérea.
Juan Torres, su padre –residente en Houston, pero de paso en Buenos Aires–, cuenta a Página/12 que las tropas norteamericanas tenían la misión de destruir las plantaciones de opio –materia prima de la heroína– en las que trabaja gran parte del campesinado de aquel país. Pero en verdad “falsificaban los papeles de la incineración y enviaban la droga en los aviones haciéndola figurar como armas”, dice Torres en base a los testimonios de ex compañeros de su hijo. Y asegura contar “con el cien por cien de las pruebas para demostrar que quienes asesinaron a Juan Manuel fueron dos sargentos del Criminal Investigation Command del ejército, más conocido como CID”, que desarrolla tareas de Inteligencia.
El 12 de julio de 2004, Juan Manuel se levantó a las 4 de la madrugada. A las siete empezaban sus labores en la base. Jugó un rato a los videos en su laptop y se fue a dar una ducha a las 5. “No se había peleado con su novia, como figura en su historia clínica, que no tiene ni firma ni sello de un médico”, dice Torres. Esa supuesta pelea habría desencadenado un estado depresivo que lo llevó al suicidio, según la versión oficial. “Pero su novia lo desmiente: hacía cuatro años que estaban juntos y buscaban una casa para habitar como esposos”, agrega el padre.
Estos papeles son una de las pruebas más solidas de Torres, y los tendrá en sus manos hoy, cuando llegue su yerno, que los trae desde los Estados Unidos.
La primera versión que tuvo, transmitida por el ejército, fue la del suicidio. Torres recibió el cajón con el cuerpo embalsamado un viernes y pidió que abrieran la tapa sellada. Un militar le dijo que no porque con el disparo de fusil la cabeza había quedado despedazada. Una venda a su alrededor mantenía los trozos ensamblados, graficó. Los funerales de Juan Manuel empezaron un lunes. Al día siguiente, el padre le pidió a una empleada de la funeraria que le dejara ver a su hijo por última vez. La mujer aceptó y entonces él se encontró con que la cabeza no estaba vendada, sino entera, con un orificio.
La familia pidió una nueva autopsia, cuyo resultado fue diferente de la que habían hecho los militares. Se determinó que la bala que mató a Juan “era de 9 milímetros, la misma que usan los del CID”. Torres dice que a partir de ese momento fue hasta la Casa Blanca, enarbolando una foto de su hijo. “Me metí de prepo en el Congreso y en el Pentágono”, dice.
Obtuvo el apoyo del senador de Illinois Richard Durbin y del congresal Rahm Emanuel, quien presentó un pedido de informes ante una oficina del ejército sobre la muerte del soldado. Consultado por este diario, Emanuel confirma que “Torres no tuvo notificación formal de la muerte de su hijo, y sus tentativas por contactar a la US Army para tener información se vieron frustradas”. Y reflexiona: “Lo menos que podemos hacer es tratar a las familias con dignidad y respeto cuando un ser amado muere en servicio de este país”.
De a poco, varios conocidos del hijo de Torres dentro del ejército se acercaron para decirle que lo asesinaron porque se oponía a los caudales de heroína que circulaban por la base. El padre tiene el testimonio de 18 soldados que le relataron el “infierno de drogas” que ellos atravesaron en Afganistán cuando los combates ya habían terminado.
Con estos testimonios, Torres pudo saber que no bien Juan Manuel murió, “dos sargentos portorriqueños del CID mandaron limpiar las manchas de sangre, rompieron el candado de su casillero y ordenaron quemar sus pertenencias”. Pero los soldados, compañeros del joven, no cumplieron la directiva. Prendieron fuego algo de ropa y guardaron los papeles, que podrían tener algún valor como prueba.
En el Pentágono le dijeron a Torres que tenían la carta de despedida de Juan Manuel. Cuando el padre la pidió, argumentaron que la tenían que guardar como evidencia legal. Solicitó una copia, y entonces los militares admitieron que no sabían dónde estaba la presunta última comunicación.
En la Argentina, Torres espera recibir el apoyo que no obtuvo en la embajada argentina en Estados Unidos. “Lo único que me importa es tener justicia para mi hijo”, sostiene el padre. Enfrenta a un órgano hermético, quizás algo torpe para inventar pruebas, que opera bajo un curioso lema: “Hacer lo que hay que hacer”.

Informe: Sebastián Ochoa.
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Latinos protestan contra su uso como carne de cañón en guerras

2008

Carne de cañón. Así se califican las familias latinoamericanas cuyos hijas e hijas han muerto en los últimos años prestando servicio en las fuerzas armadas de EEUU y que denuncian lo que consideran el trato de segunda clase que reciben del Pentágono.

El lunes, durante la multitudinaria marcha pacifista en St. Paul que llevó a miles de personas desde el Capitolio de Minesota hasta las puertas del Xcel Energy Center, donde se celebra la Convención Republicana, los manifestantes latinos destacaban del r
esto de grupos presentes.
Juan Torres, un inmigrante argentino, desfilaba portando una calavera acompañada a cada lado por las efigies del presidente estadounidense, George W. Bush, y su vicepresidente, Dick Cheney. Su hijo Juan Manuel Torres murió el 12 de julio de 2004 en la base aérea de Bagram (Afganistán) a los 25 años de edad.

Oficialmente, el Pentágono calificó la muerte del especialista Torres como un suicidio pero su padre cree que la investigación que efectuó el ejército sólo sirvió para encubrir lo que considera fue el asesinato de su hijo.
A pocos metros de Torres, Carlos Arredondo y su mujer Mélida protagonizaban quizás una de las imágenes más conmovedoras de la marcha. La familia Arredondo arrastraba un ataúd cubierto con la bandera estadounidense y el uniforme de su hijo, Alexander Scott Arredondo.

El cabo de la infantería de marina murió en agosto de 2004 en Irak cuando tenía 20 años de edad y se encontraba en su segundo destino en el país árabe.
El día de su 44 cumpleaños, la infantería de marina comunicó a Arredondo la muerte de su hijo. Fuera de si mismo, este inmigrante costarricense se enfrentó a los soldados que le comunicaron el fallecimiento de su hijo.

Armado con un martillo y una lata de gasolina, Arredondo intentó quemar su vehículo y terminó con quemaduras en el 26 por ciento de su cuerpo. Ahora, cuatro años después, se ha convertido en un activista pacifista con el objetivo de "acabar esta guerra".
Silenciosa pero con la misma determinación, la mexicana Gloria Barrios, aguanta una sencilla pancarta con la imagen de su hija, Blanca Luna, muerta el pasado mes de marzo en la base que la Fuerza Aérea estadounidense tiene en Wichita Falls (Texas).

Blanca, de 27 años, falleció pocos días antes de su graduación.
Las autoridades militares dijeron en un primer momento que su muerte era resultado de un "aparente suicidio" pero posteriormente inició una investigación al descubrirse marcas hechas con un objeto punzante en la nuca.

"Primero me dijeron que la habían acuchillado en la espalda, que la habían apuñalado. Luego me dijeron que era en la parte de atrás del cuello. Su cuerpo me lo entregaron todo golpeado, en su uniforme, y metiéndome prisa para que ya la enterráramos", declaró Barrios a Efe.

"Utilizan a nuestros hijos, los de emigrantes, para usarlos de carne de cañón para las guerras. Para eso sí. Pero no puede uno tener derechos. Y luego cuando asesinan a nuestros hijos nadie nos escucha porque somos latinos. Nadie nos escucha", añadió.
Magda Castañeda forma parte de una organización de apoyo denominada Comité Contra la Militarización de la Juventud (CAMY por sus siglas en inglés).

Como Barrios, considera que las autoridades militares estadounidenses están explotando la precaria situación social y económica de muchas familias latinas para reclutar a jóvenes latinoamericanos.
"Usan a nuestros hijos, a nuestras hijas, como carne humana para mandarlos allá. Y ellos pierden la vida. Les dicen que se unan al ejército para que tengan un mejor futuro. ¿Pero qué futuro se encuentra en ese ejército? No hay ningún futuro bueno para nuestros hijos" explicó.
Torres ve su caso como el ejemplo de que las promesas de los reclutadores de las fuerzas armadas pueden acabar con muchas familias.

"Yo vine con el sueño americano desde la República de Argentina.

Y el sueño americano se me transformó en tragedia, una tragedia de nunca acabar. Mi familia quedó destruida de por vida. Gracias al ejército americano, mi único hijo murió dentro de una base", finalizó

"Me comentó que había mucha droga en la base"

El cordobés Juan Torres llegó a EE.UU. con su familia hace 27 años. Tuvo una vida feliz hasta la mañana del 13 de julio de 2004, cuando en su casa de Chicago lo despertó una llamada de su hija Verónica desde Houston con la peor noticia: "Papi, papi, algo pasó, John está muerto."

La primera información fue que su hijo había muerto en combate. Después, las versiones oficiales cambiaron. "Me dijeron que se había pegado un tiro en las duchas. Que estaba deprimido por un e-mail de la novia. ¡A quién se le ocurre semejante mentira! Ahora me dicen que un remedio para la malaria que toman los soldados produce depresión. Pero yo sé que él estaba bien. Habíamos hablado el día anterior. Estaba feliz porque le quedaban pocas semanas para volverse. Pero también me comentó que había mucha droga en la base, que él no quería tener nada que ver y que les decía a otros compañeros que no se metieran en ésa",
Desde entonces, Juan alterna su trabajo con el reclamo para que se investigue la muerte de su hijo. "Aunque crean que soy un pobre latino voy a pelear para que se sepa la verdad de lo que pasó con mi hijo. Estoy trabajando con un grupo de abogados en una denuncia para remover toda esta suciedad del Ejército. A Juan no me lo van a devolver, pero que no le pase esto a nadie más."



Como si le faltaran costados oscuros a la campaña militar estadounidense en Oriente Medio, comienzan a sumarse denuncias sobre tráfico de droga a través de la principal base estadounidense en Afganistán. Y en el centro de las acusaciones aparece el caso del soldado Juan Torres, nacido en Argentina y muerto en esa unidad militar en 2004. Después de varios cambios en la información oficial, el Pentágono terminó alegando que fue un suicidio. Pero su familia está convencida de que a Juan -o John, como lo llamaban todos- lo mataron porque sabía demasiado de la heroína que entraba y salía de la base de Bagram.

El documentalista Shaun McCanna viajó dos veces en el último año a Afganistán para investigar el caso de Torres y volvió sorprendido. "Es impresionante la cantidad de heroína que se mueve alrededor y a través de esa base", comentó a Clarín.

McCanna está terminando de editar su película "Drogas y muerte en Bagram", centrada en el caso de Juan, que se estrenará antes de fin de año.

"No está claro que a John lo hayan matado; lo que sí comprobé es que el problema de la heroína en Bagram es muy importante y que el Pentágono ha hecho todo por encubrir las causas de la muerte de John", explicó.

En un artículo que publicó ayer en el sitio salon.com, McCanna cuenta lo fácil que es conseguir la droga en el mercado adyacente a la base estadounidense, a 60 kilómetros al norte de Kabul, y cómo muchos chicos pasan la heroína escondida en cajas de fósforos o paquetes de cigarrillos que tiran a través de la cerca que rodea los edificios y hangares militares.

Las plantaciones de amapolas, de la que se sintetiza el opio para la heroína, son la principal fuente de ingreso apara los campesinos afganos, que abastecen el 90% del mercado mundial de esta droga.

Desde la invasión norteamericana de 2001, la producción, lejos de disminuir, se disparó. Y los soldados norteamericanos parecen ser importantes consumidores y clientes.

Seymour Hersh, reconocido periodista del The New Yorker, fue el primero en denunciar los problemas con la heroína en Bagram en un artículo de 2004 en el que también señalaba que el Pentágono se esforzaba en mirar para otro lado.

McCanna comenta que varios soldados con problemas de adicción le cancelaron entrevistas por temor a las represalias del Ejército. Pero cita fuentes de un hospital de veteranos al oeste de Los Ángeles que aseguran que entre 50 y 60 pacientes hacen cola cada mañana para el tratamiento con metadona.

Juan apareció muerto en las duchas de la base. Su familia y amigos sospechan que alguien lo mató porque sabía demasiado sobre el tráfico de heroína. El Pentágono insiste en que fue un suicidio. Pero para McCanna es inverosímil: "Logré la desclasificación de la investigación interna sobre la muerte de John, y el perito psiquiátrico asegura que de ninguna manera era un hombre proclive al suicidio. Estaba a pocas semanas de regresar, tenía proyectos para el futuro. Esta historia no cierra."

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la noche que lo asesinaron en las duchas de una base estadounidense en Bagram, a Juan Manuel Torres le faltaban 12 días para terminar su misión en Afganistán, aseguró su padre, Juan, en diálogo con La Voz del Interior.

Torres, un cordobés que hace 26 años se fue a vivir a Estados Unidos en busca del "sueño americano", estuvo en Argentina con el objetivo de promocionar un documental que abona con pruebas las sospechas de que a Juan Manuel "lo mató el mismo ejército porque había descubierto algo. Posiblemente relacionado con el tráfico de heroína", señaló Torres.

"Juan era contador en la reserva del ejército y controlaba lo que entraba y salía de la base. Cinco horas antes de que muriera hablé por teléfono con él y me dijo que tenía miedo, que estaba peligroso, que le habían cambiado el horario y no sabía por qué. Cuando fue a trabajar en el nuevo horario lo mataron. Mucha gente habló. Hay muchas pruebas de lo que pasó. Cuando murió nos dijeron que había sido un accidente, después nos dijeron que posiblemente había sido un suicidio y al final descubrimos que fue asesinado. Hay documentos falsificados del ejército que van a estar en el documental, que quizá se llame Muerte y corrupción en Afganistán. Juan es el único argentino que murió en Afganistán". Y agregó: "A mi hijo lo reclutaron siendo menor de edad, tenía 17 años. Es ilegal. Para eso no sos menor de edad, pero para tomar alcohol o cosas así, sí".

-Usted está en un movimiento en contra de la guerra. ¿Cómo comenzó y cuáles son sus objetivos?

-Sí, en Golds Star Family for Peace (Familias de Estrellas Doradas por la Paz). Comenzó con Cindy Sheehan (madre de un soldado estadounidense que murió en combate en Irak). Andábamos para todos lados y siempre nos seguían 10 ó 20 personas. Hasta que un día murieron 30 soldados de Estados Unidos en Irak. En ese momento, se despertó la gente en todo el país y de repente comenzó a llegar gente y prensa donde estábamos protestando, frente al rancho de Bush en Texas, y cuando nos dimos cuenta estábamos al frente del movimiento.

Nuestra campaña es para que se pare la guerra, para que vuelvan los soldados, para que no mueran más familias. Porque mi hijo murió y mi familia quedó muerta. Para no matar a más gente en otros países. La guerra es injusta. Y ahora lo que queremos lograr es procesar al presidente Bush y destituirlo por crímenes internacionales.

-¿Tienen respaldo de la población?

-Hay mucha gente que nos apoya. Es increíble el cambio que se produjo en el norteamericano. Mucha gente que apoyaba a Bush dejó de hacerlo. Pedimos un juicio para los que hicieron la guerra. Eso no puede quedar así. Nuestros hijos están muertos. Somos un grupo de 122 organizaciones que todas juntas se llaman Unidos por la Paz y la Justicia. Ahora empieza nuestra lucha. Ya tenemos mucha fuerza en todo el país. Hay muchas personalidades del espectáculo como Sean Penn y George Clooney que apoyan nuestro proyecto .

-¿Qué otras actividades realiza con este movimiento?

-Doy charlas en iglesias, universidades y en escuelas. Allí es donde van los reclutadores a buscar chicos para el ejército. Van a las zonas pobres, donde la mayoría son hispanos y negros. Por eso, vamos a esa zonas a pelear contra los reclutadores. El 68 por ciento de los muertos en Irak y en Afganistán son negros e hispanos, cuando esa población en Estados Unidos es del 21 por ciento. Los reclutadores va a las escuelas públicas con el permiso del Estado y les hablan a los chicos sobre el ejército, que van a tener un mejor futuro, que van a ganar 45 mil dólares. En las escuelas donde van niños más chicos, el ejército les da muñecos soldados. A los más grande se los ve en el patio desfilando con rifles de madera. Tenemos un grupo en el que nos ayudan unos 600 abogados de forma voluntaria para sacar a los chicos de las garras de los reclutadores.
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