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ATRAPADOS EN LIBERTAD, PROGRMA JOSE COUSO, EN LA PAGINA OFICIAL
Crónica de Gustavo Sierra(Lunes 21 abril 2003)
El corresponsal del diario argentino Clarín relata los hechos del 8 de abril en el Hotel Palestina
(tomado de http://www.josecouso.info/ )
Escribo la nota más triste de mi vida. Acabo de ver morir al gallego Couso. El cámara de Telecinco de Madrid. Luchó hasta el final. Salió de tres paros respiratorios. Pero al final se fue. Se fue con el ucraniano Taras Protsyuk, otro camarógrafo, de Reuters, y el jordano Tarek Ayub, de la cadena de televisión árabe Al Jazeera. Los tres murieron ayer cubriendo la guerra más sangrienta para los periodistas en toda la historia. Hubo además tres colegas heridos. En 20 días de conflicto, cayeron once reporteros.
Escribo la nota más triste de mi vida. Acabo de ver morir al gallego Couso. El cámara de Telecinco de Madrid. Luchó hasta el final. Salió de tres paros respiratorios. Pero al final se fue. Se fue con el ucraniano Taras Protsyuk, otro camarógrafo, de Reuters, y el jordano Tarek Ayub, de la cadena de televisión árabe Al Jazeera. Los tres murieron ayer cubriendo la guerra más sangrienta para los periodistas en toda la historia. Hubo además tres colegas heridos. En 20 días de conflicto, cayeron once reporteros.
escucha el programa:
EN ESTA PAGINA DOCUMENTAL HOTEL PALESTINA (6 PARTES)
Traté de quedarme con la imagen más feliz de José, la de hace dos noches, cuando no podía parar de reír mientras cantábamos una canción mexicana a la que Fernando, de Antena 3, le había cambiado la letra. Era un gallego, hecho y derecho. Tenía una cara redonda y cejas gruesas, pero su contextura era pequeña. Tenía el pelo cortado casi al ras y unas patillas muy modernas que terminaban en punta casi en el medio del pómulo. Era un tipo fino. Fumaba de una manera bastante particular. Tomaba el cigarrillo con los dos dedos y no entre los dedos como casi todo el mundo. Le encantaba el tequila. Se divertía mucho con los latinoamericanos. Nuestros modismos, y muy en particular los de los mexicanos, lo hacían reír con la boca abierta y amplia. Le aparecía una cara casi de un payaso que transmitía felicidad.
Tenía 37 años y dos hijos. Cuando hablaba de su mujer decía "mi chica". Se llevaba perfectamente bien con su compañero Jon. Y cuando nos reuníamos cada noche los 20 o 30 periodistas hispano-luso-italianos en la "cantina mexicana" (nuestra habitación) o en la "taberna española" (la habitación de Antena 3) él siempre llegaba con alguna botellita bajo el brazo y con la mejor de las sonrisas me palmeaba o me daba un beso y me decía "¡Qué dices, argentino!". Nos hacía felices. Lo despedimos al caer la tarde. A alguien se le ocurrió y los 300 periodistas nos reunimos en el jardín del hotel desde donde transmiten en vivo las cadenas internacionales de TV. Fuimos con velas y, en el medio de un mutismo absoluto, las prendimos y guardamos varios minutos de silencio. Después, las pusimos arriba de una tabla y las dejamos ahí hasta que el viento las fue apagando. Ni una bomba, ni un avión, ni un ruido. José se había ido y Bagdad lo despedía con una tregua.
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Traté de quedarme con la imagen más feliz de José, la de hace dos noches, cuando no podía parar de reír mientras cantábamos una canción mexicana a la que Fernando, de Antena 3, le había cambiado la letra. Era un gallego, hecho y derecho. Tenía una cara redonda y cejas gruesas, pero su contextura era pequeña. Tenía el pelo cortado casi al ras y unas patillas muy modernas que terminaban en punta casi en el medio del pómulo. Era un tipo fino. Fumaba de una manera bastante particular. Tomaba el cigarrillo con los dos dedos y no entre los dedos como casi todo el mundo. Le encantaba el tequila. Se divertía mucho con los latinoamericanos. Nuestros modismos, y muy en particular los de los mexicanos, lo hacían reír con la boca abierta y amplia. Le aparecía una cara casi de un payaso que transmitía felicidad.
Tenía 37 años y dos hijos. Cuando hablaba de su mujer decía "mi chica". Se llevaba perfectamente bien con su compañero Jon. Y cuando nos reuníamos cada noche los 20 o 30 periodistas hispano-luso-italianos en la "cantina mexicana" (nuestra habitación) o en la "taberna española" (la habitación de Antena 3) él siempre llegaba con alguna botellita bajo el brazo y con la mejor de las sonrisas me palmeaba o me daba un beso y me decía "¡Qué dices, argentino!". Nos hacía felices. Lo despedimos al caer la tarde. A alguien se le ocurrió y los 300 periodistas nos reunimos en el jardín del hotel desde donde transmiten en vivo las cadenas internacionales de TV. Fuimos con velas y, en el medio de un mutismo absoluto, las prendimos y guardamos varios minutos de silencio. Después, las pusimos arriba de una tabla y las dejamos ahí hasta que el viento las fue apagando. Ni una bomba, ni un avión, ni un ruido. José se había ido y Bagdad lo despedía con una tregua.
carta de Javier Couso (hermano de Jose a las Madres de Plaza de Mayo (30 años)
Faro. (Del lat. pharus, y este del gr. φάρος). 1. m. Torre alta en las costas, con luz en su parte superior, para que durante la noche sirva de señal a los navegantes. 4. m. Aquello que da luz en un asunto, lo que sirve de guía a la inteligencia o a la conducta.
Estas dos definiciones del Diccionario de la Lengua Española sirven perfectamente para definir lo que han supuesto las Madres de la Plaza de Mayo para mi familia.
Antes de que nos golpearan con el asesinato de mi hermano José, ya formaban parte de nuestras vidas. Es curioso que viniendo nosotros de una familia militar, mi madre siempre nos hablase con admiración de aquellas “locas madres” de un país que con nuestra juventud no sabíamos ni dónde se encontraba. Aún recuerdo con asombrosa claridad la canción que salía de su boca y que en forma de tango, glorificaba la gesta de esas mujeres sin miedo. Esa melodía y esa letra del desaparecido Carlos Cano serían ya, a partir de ese momento la banda sonora que resonaría en mi cabeza cada vez que oyese hablar de las madres.
Fue el 8 de abril de 2003 cuando nos dimos cuenta que ya no pisábamos tierra firme, que el suelo por el que hasta ese momento transitábamos en la vida, se había convertido en un velero pequeñito que en medio de un maremoto, estaba cercano a zozobrar. Por un momento no sabíamos dónde nos encontrábamos y el miedo atenazaba cualquier pensamiento juicioso. El dolor eran altas olas con cresta de sangre espumosa y nuestros gritos meros susurros en medio de un viento que nos dejaba sordos. Y de pronto vimos su luz. La señal de un faro que emergía en medio de la penumbra y que señalaba hacía el puerto de la dignidad. Por fin, recobramos nuestra compostura, nos serenamos y nos comimos las lágrimas. Sus pañuelos nos sirvieron de velas y su ejemplo de brújula. Había dolor, pero en medio del calvario nos llegó la fuerza para enderezar nuestro rumbo.
Tengo muy dentro el recuerdo de aquellos días, los detalles de toda aquella confabulación para mantenernos como una familia inofensiva que llora escondida dentro de las paredes de su casa. Vuelven a mí con renovada actualidad, las mentiras de los amigos de los asesinos de mi hermano, la confusión que adrede, nos provocaba el gobierno español cuando repetían cual papagayos, las mentiras de sus amos.
Pasamos unos días de tortura sin saber dónde se encontraba el cadáver de José y en esos momentos que parecían no acabarse nunca, comprendimos en toda su dimensión, lo que sentían y sienten las familias de los desaparecidos. El dolor mudo, la incertidumbre sin fin de no saber como cerrar la herida.
El día en que recibíamos a José o a lo que nos dejaron de él, decidimos usar por primera vez unas camisetas negras con la leyenda “José Couso Crimen de Guerra. Investigación y Justicia” que se convirtieron desde ese momento en nuestro pañuelo, que como el de las madres, nos acompañaría en esta dura singladura de dignidad, como señal de duelo y de lucha.
Por eso quería empezar con esas definiciones de diccionario. Ellas, nuestras madres eternas, son, como leemos en la primera de las definiciones, faro en el sentido de señalar la dirección en medio del vendaval y también, como reseña la cuarta explicación, son faro mostrando modelos de conducta y de inteligencia.
Hoy, cuando el faro de la Plaza de Mayo cumple treinta años señalando que sólo la lucha, la dignidad y la constancia son la ruta que lleva a la Justicia, otra luz más joven, desde la calle Serrano de Madrid, enfrente de la Embajada de los Estados Unidos de América, se une al resplandor de los que ni se venden ni se rinden.
Javier Couso Permuy,
Hermano de José y miembro de la asociación H.A.C. (Hermanos, Amigos y Compañeros) de José Couso.
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