Miguel Gil Moreno
nació el 21 de Junio de 1967 en Barcelona. Estudió Derecho en
Su buen carácter, su coraje para aprender y su dedicación al trabajo, además de su llamativa disposición para ayudar a todos, hizo que enseguida fuera considerado uno más entre los veteranos periodistas de Sarajevo. Logró mantener la comunicación con el exterior en lo más pétreo del cerco a Sarajevo, arriesgando su vida unas veces por motivos profesionales, otras por imperativos morales y de amistad y en no pocos momentos bajo el fuego de las balas serbias.
Las imágenes filmadas por Miguel han sido vistas en todo el mundo. Su cámara captó la angustia de los albano-kosovares, acosados por los militares serbios en Prístina y él Bosnia, Kosovo, Congo, Liberia, Ruanda, Sudán, Chechenia y Sierra Leona.
Miguel amaba su trabajo porque pensaba que era la más bella de las profesiones y su empeño fue convertirse en la voz clamante de todos aquellos que no podían gritar aunque estaban atravesando el peor momento de su existencia.
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El 24 de Mayo de 2000, una emboscada guerrillera acabó en Sierra Leona con la vida de Miguel Gil Moreno. Perdió la vida junto a su compañero de profesión, Kurt Schork. Miguel desarrolló su labor profesional como camarógrafo y corresponsal de guerra en numerosos frentes de batalla como Bosnia, Kosovo, Congo, Liberia, Ruanda, Sudán, Chechenia y Sierra Leona. Compañeros suyos quisieron escribir algo sobre él. Decidieron unirse y escribir un libro “Los Ojos de
el 14 de Marzo de 2.002 y se inscribe en el Registro de Fundaciones Privadas de
do dejan de ser portada, así como la voluntad de dar soporte a las familias de los reporteros, especialmente free-lance, que dejan su vida en los campos de batalla.
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Reconocimientos a su labor profesional
1998 Premio Periodístico Rory Peck en reconocimiento a su labor informativa.
2000 Royal Television So
ciety, al mejor cámara y productor.
A título póstumo
-Mohamed Awin Award 2000, en reconocimiento a su labor informativa.
-Premio Luka Brajnovic 2001, por su trayectoria profesional marcada por su buen hacer y su compromiso ético.
-Pasaporte bosnio concedido por el gobierno de la nación balcánica.
“Los ojos de
70 corresponsales que trataron a Miguel, escriben sobre su profesión y su recuerdo. (Ed. Plaza Janés).
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Miguel Gil Moreno
Miguel Gil Moreno
(Tarragona, 1967 - † Sierra Leona, 2000), fue un corresponsal
Biografía
Primeros años
Al terminar sus estudios de Derecho, realizó prácticas en el bufete Vilarrubias, pero pronto abandonó su trabajo como abogado y, a principios de los 90, movido por sus ideales, decidió dar un cambio radical a su vida y se fue a Bosnia en su moto, donde pronto empezó a mandar reportajes al diario El Mundo y a
convirtió en camarógrafo de APTN (Associated Press TV).
Su buen carácter, su coraje para aprender y su dedicación al trabajo, además de su llamativ
Fallecimiento
El 24 de mayo de 2000, mientras desarrollaba su labor profesional, una emboscada guerrillera en Sierra Leona acabó con su vida y la de su colega Kurt Schork. Tras su fallecimiento, las autoridades de Sarajevo le entregaron a la directora de su agencia en Bosnia el pasaporte de Miguel como ciudadano bosnio.
Miguel amaba su trabajo porque pensaba que era la más bella de las profesiones y su empeño fue convertirse en la voz clamante de todos aquellos que no podían gritar aunque estaban atravesando el peor momento de su existencia.
Premios
Rory Peck (freelance del año 1998)
Premio de
Mohamed Amin Award, 2000 (a título póstumo)
Premio Luka Brajnovic, 2001 (a título póstumo)
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Miguel Gil Moreno de Mora
LUNES 3 DE DICIEMBRE DE 2007
En 1.993, un joven abogado barcelonés miró hacia el futuro. Vio togas, tribunales, pleitos, una economía holgada... Establidad y bienestar. Había una llama en su interior que reducía a cenizas todas estas facilidades que la vida le ofrecía. Una vida que muchos soñarían y que a Gil le ardía en la piel como la sarna
Un día se subió en su moto y se fue a ver con
sus propios ojos el horror de la guerra. Y nunca más volvió. Malvivió entre las ruinas de Mostar. Mandó crónicas a algunos medios de comunicación. Se ofreció a las agencias para llevar las cintas a los puntos de envío, atravesando caminos malditos que albergaban una condena a muerte. Se ganó el respeto de los profesionales y le dieron una cámara de TV para que grabase lo que vivía día tras día. Aquello que nadie conocía porque nadie se adentraba tanto en aquel territorio en el que la vida pierde todo valor. Quizás no imaginaban que aprendería tanto en tan poco tiempo.
Miguel desarrolló una vocación innata en un tiempo récord. Era capaz de comunicarse con las víctimas en su propia lengua. Poseía la envidiable habilidad de mezclarse con las gentes y ser admitido
como uno más. No era casualidad. Miguel era una persona de una educación exquisita y unos valores férreos basados en el amor y el respeto al ser humano. Esto se traducía en una entrega total a los desfavorecidos. Después de Bosnia, llegó Kosovo. Fue uno de los tres periodistas occidentales que permanecieron en Pristina durante los bombardeos de 1.999. Por entonces ya era una leyenda entre sus propios compañeros. Sus imágenes fueron la demostración tangible del éxodo de refugiados que estaba provocando el asedio serbio a la población albano-kosovar, una campaña despiada y cruenta de limpieza étnica ante la pasividad internacional. Aquí tenéis una espeluznante muestra del trabajo que hizo en aquellos días. Hizo lo imposible por entrar en Grozny en el rebrote más violento del conflicto que Rusia mantenía con Chechenia. Una vez más, el ojo de Gil fue el ún
ico testigo del sentido común masacrado. Nuevas campañas le afianzaron como uno de los mejores corresponsales de guerra, reconociendo su labor con el premio Rory Peck en 1.999.
El 24 de mayo de 2.000, una emboscada acabó con su vida en una carretera maldita en Sierra Leona. Tenía 32 años y los últimos siete los había vivido entre los que sufrían la barbarie de las guerras y la estúpida ambición que se lleva por delante a la razón.
Este poema, If, de Rudyard Kipling siempre fue uno de mis favoritos. Quería recordarlo en memoria de Miguel. No sólo por su trabajo, sino como ejempo de humanidad y empatía con el dolor ajeno. Una vida breve pero intensa que jamás deberemos olvidar. Desgraciadamente, una empresa petrolera se me ha adelantado con el texto. Como no estamos en la misma "honda", no hay interferencia ni injerencia posible.
La causa de Miguel Gil no quedó huérfana.
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Mi amigo Miguel Gil
ALFONSO ROJO
EL PRECIO DE
MiguEl Gil era amigo mío. De verdad, mucho más allá del sano pero tenue afecto que existe entre colegas. Cuando se adquiere veteranía, lo que no está necesariamente relacionado con la edad, sino con la experiencia, se establece entre los corresponsales esa camaradería de vestuario que sólo tiene parangón en el Ejército o entre los marineros.
En esas memorables ocasiones en que se coincide, para cenar, bromear y perder el tiempo, la charla es mucho menos una conversación que un concurso: una serie de monólogos sucesivos cuyo objeto es dejar patente quién ha visto las escenas más horrorosas o asumido los mayores riesgos. Miguel no era así. A él no le gustaba hablar de la guerra, de las exclusivas o de sus éxitos, que fueron muchos. Detrás de su estampa acipresada y cervantina, escondía un alma tierna, casi infantil.
Citaba con frecuencia a Pato, que era como llamaba a su madre, hablaba de su hermana pequeña, soñaba con tener hijos, preguntaba por la gente, por los compañeros, por la familia y hasta buceaba en los recovecos del alma.
Miguel no era de los que se asustaban con el mínimo latido irregular de su corazón, pero sabía preocuparse de la gente y jamás dejaba tirado a un compañero. Sobre el terreno, trabajaba con escalofriante seriedad, pero siempre encontraba un hueco para el afecto y eso le hizo enormemente popular, tanto entre los extranjeros, que le llamaban Migüel, con acento inglés, como los españoles, para los que siempre fue Miguel Gil. Que hubiera llegado a su primera guerra, la de Bosnia, en moto, contribuía a la leyenda.
Fue en Sarajevo, durante esa etapa crucial, cuando Miguel se asomó por vez primera al abismo de la muerte, descubrió la naturaleza atroz de la guerra y forjó la estructura profesional de lo que iba a ser poco después. El era uno de los periodistas más populares de esta tribu que son los corresponsales de guerra. Tenía facilidad para los idiomas, se enamoraba locamente en cada conflicto, volvía periódicamente a su Barcelona natal a lamerse las heridas del corazón y era muy valiente.
Recuerdo nítidamente el día en que vino a verme a la redacción de EL MUNDO, contó que había estudiado Derecho, que estaba en un despacho de abogados y me dijo con ojos brillantes como ascuas que se iba a Yugoslavia a hacerse corresponsal. Conservaba cierto aire adolescente y mucha blandura en el corazón, pero en su interior alimentaba una confianza ciega en su buena fortuna. Me impresionó, porque llevaba su destino escrito en el rostro, demacrado y largo, como los de los personajes de El Greco. Le expliqué que era complicado, que la prensa española es cruel con el colaborador, que las transmisiones son costosísimas y que la competencia de las agencias es despiadada, pero Miguel era inasequible al desaliento.
Partió encaramado en su moto y llevando por todo equipaje un par de botas, un saco de dormir, alguna camisa, una cazadora de cuero, una radio de onda corta y poco más. Se sentía eufórico. Era libre, tenía el destino en sus manos y ni siquiera se le pasaba por la cabeza la posibilidad de fracasar. Fue la decisión acertada, pero pasado el tiempo resulta inevitable volver la vista atrás, con nostalgia, hacia aquellos días, en los que todo parecía volverse contra él y durante los que tuvo que hacer de conductor en Sarajevo, arriesgar la vida cotidianamente, cruzar líneas de combate y sufrir para abrirse paso.
Siempre se dice que hay que ir «lo más rápido y lo más lejos posible», pero eso no vale de nada si no vuelves al hotel en condiciones de escribir y transmitir tu crónica. Miguel lo sabía, pero amaba ir hasta el fondo de las historias y no se dejaba intimidar. El perenne dilema en territorio comanche es que demasiado lejos no consigues la imagen y demasiado cerca no queda salud para contarlo. El afán de estar cerca le hizo quedarse en Pristina cuando
Para poder trabajar a conciencia, el reportero de guerra necesita moverse autoconvencido de que circula por el mundo envuelto en un aura de inmortalidad. Es algo irracional, que no soporta la mínima prueba estadística y se viene al suelo si se repasa la larga lista de periodistas caídos en acción; pero todos los que se dedican a esto lo dan por supuesto. Tanto él como Kurt eran dos profesionales. Tenían la piel curtida por el humo de mil combates e instinto para barruntar dónde hay que parar y dar media vuelta. Eran los mejores y por eso su muerte es tan tremenda, tan injusta, tan dolorosa. Miguel, a diferencia de lo que se estila en la profesión, era creyente. Yo estoy seguro de que está en el cielo.
Mesa redonda "Periodismo de Guerra: diez años después" con motivo del cumplimiento de los diez años de la muerte de Miguel Gil Moreno.
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