DESCARGA DIRECTA DESDE AQUI
PODES ESCUCHAR EL PROGRAMA
Una búsqueda de identidad
Eduardo de la Peña es el hijo de Felipe Vallese, el primer desaparecido de Argentina, que lo anotó con el apellido de una amiga para protegerlo. Se enteró de quién era su padre a los cinco años de edad y busca a su madre, que nunca conoció y cuya identidad era un secreto familiar.
Lleva una lupa como las de las películas de detectives. Unas cuantas carpetas, recortes viejos y un anotador, que parecen ser todo lo que le interesa en este mundo. Hace unos meses, de madrugada, se levantó para escribir un cuadro con un montón de flechas y de nombres que muestra a quien encuentra en las bibliotecas y los archivos que recorre. “Soy el hijo de Felipe Vallese”, dice y explica que no lo supo hasta los cinco años. Cuando era chico lo anotaron con otro nombre y recién ahora, a los 47, Eduardo de la Peña empezó a encontrarse con su historia. En ese camino, alguna vez llegó hasta Gente que busca gente porque se dio cuenta de que no conoce ni siquiera el nombre de su madre. El legendario Felipe Vallese lo crió hasta su secuestro, pero ni él ni sus amigos revelaron nunca el nombre de esa mujer.En estos años, De la Peña hizo de todo para ganarse la vida. Tomó cursos de profesor de educación física, de paddle y de director técnico, pero sobrevive como mecánico. El 31 de mayo trabajaba en el taller con el televisor prendido cuando escuchó la noticia que lo puso detrás de la historia de su padre: la Justicia había ordenado la captura de Juan Fiorillo, el comisario alguna vez detenido por el secuestro de Felipe Vallese y que ahora sería detenido por la megacausa contra Miguel Etchecolatz. Fiorillo estaba acusado por más de cien delitos de privación ilegal de la libertad y torturas, y por el robo de una beba todavía desaparecida.
“Cuando escuché la noticia de Fiorillo estallé por dentro”, dice De la Peña. “Fue un verdadero sacudón.” Hacía años había dejado de preguntarse por esa parte de su vida, que lo llevaba al barrio de Flores y a la historia del metalúrgico que se convirtió en el primer desaparecido político del país. Pero con la detención del policía la inspiración volvió: “Tengo otra cosa que hacer”, dijo en su trabajo y al día siguiente renunció.
–Salía a caminar y me preguntaba ¿a dónde voy? ¿Qué hago? ¿Por dónde arranco? Y así, el primer día me fui a meter en la Biblioteca del Congreso a buscar diarios de la época, después me fui a la Biblioteca Nacional.
–¿Qué decía en esos lugares?
–Mirá, les decía: “Estoy investigando el tema Felipe Vallese”, y no decía más. Necesitaba una punta. Algo. Cualquier cosa, para empezar.
Encontró una foto en la que Felipe lo alza. Buscó a amigos, testigos y vecinos e inició un expediente en la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación para dar peso jurídico a su historia.
Su padre
Felipe Vallese murió cuando Eduardo tenía tres años. El 23 de agosto de 1962 un grupo de la Unidad Regional de San Martín se lo llevó secuestrado en un auto con otros militantes de Flores. Hacía cinco años que trabajaba en una fábrica del barrio, la metalúrgica TEA, donde lo nombraron delegado. Los Vallese eran del barrio. Don Luis, el padre de Felipe, tenía un puesto de frutas y verduras en el mercado de Donato Alvarez. Su mujer estaba enferma. Cuando nació el primero de sus hijos, el médico les dijo que no era conveniente que tuvieran otros. Pero según los datos de esa nueva biografía familiar, los consejos médicos no se oyeron. Poco después nació Felipe y entre 1940 y 1947 los Vallese tuvieron otros tres hijos: Nélida, Juan Luis y Ricardo.
“Inmediatamente –explica Eduardo–, mi abuela entró en un estado depresivo y en un estado psicológico muy difícil de revertir. En 1947 terminó internada en el manicomio. Ahí nació Ricardo, el más chico, como quien diría, en cautiverio. A mi papá siempre le dijeron que por su culpa su madre terminó internada en el Moyano y quedó loca. ¿Qué le pasó a mi papá con esa historia? A mí me parece que él fue creciendo con esa culpa.”
Felipe se las arreglaba para visitar a su mamá, pero las visitas no prosperaron demasiado. Tapado por el trabajo y la crianza de sus cinco hijos, don Luis mandó a Italo y a Felipe como pupilos a un colegio de General Rodríguez; a Nélida y a Juan Luis los envió a otro lugar y once días después del nacimiento, se llevó a Ricardo del Moyano a la Casa Cuna para darlo en una adopción, aunque ocho años después la suspendió. Para entonces, Felipe había dejado dos escuelas, se había fugado caminando de Mercedes a Flores, vivía con su padre, se había anotado en el Hipólito Vieytes de Capital y lo había dejado antes de terminar segundo año. En la calle, paraba con una barra de amigos de Plaza Irlanda y antes de conseguir un puesto de trabajo en la metalúrgica pasó por una tintorería y por la lavandería El Tumbaito, donde conservaron su certificado durante años. Norberto Abdala era uno de sus amigos del barrio. Un día lo escuchó quejarse porque necesitaba trabajo estable. “¿Por qué tanta preocupación?”, le preguntó. “Porque me parece que voy a ser padre”, contestó Felipe. Había dejado embarazada a una chica.
Su madre
–¿Qué pasó con su madre?
–Por lo que pude averiguar, al parecer la familia de mi mamá biológica no aceptó a Felipe. Parece que eran una familia muy bien, de Belgrano. Pienso que se habrán dado cuenta o él les habrá dicho que no tenía plata porque venía de una familia trabajadora.
–¿Qué supo usted de ella en todos estos años?
–Poco y nada. Supe que su padre era un médico y que ella tenía 16 años. Que yo nací y tres meses después su padre le dio el bebé a mi papá y dicen que a ella se la llevaron a Estados Unidos. Puede estar ahí como pudo haber regresado, como puede estar fallecida. No lo sé.
Cuando Felipe supo que iba a ser padre, dice Eduardo, alquiló una pieza en una casa de Morelos 628, a tres puertas del mercado donde trabajaba el padre. En la casa vivían Elbia Raquel de la Peña y María Mercedes Cerviño, con su pareja y dos hijas. Las dos mujeres eran trabajadoras, y probablemente peronistas. Felipe pagaba 1200 pesos de los 4000 que ganaba en la fábrica. En TEA entraba con el turno noche. Calibraba máquinas, ponía aceite y las controlaba para dejarlas a punto. A las ocho de la mañana se iba. Generalmente seguía camino a la UOM. “Su amigo Osvaldo lo notaba siempre como una persona muy inquieta –cuenta su hijo–. No era nervioso sino inquieto: siempre tenía algo que hacer para la fábrica, para sus compañeros, pero siempre por derecha: no podían ir y pedirle algo fuera del reglamento porque no se los iba a aceptar.”
A partir de ese momento, la vida de Felipe parece dividida en dos partes. Una, más pública y conocida, dentro de la fábrica, donde de a poco y después de estudiarse los libros que le iban prestando en la UOM empezó a bregar por los derechos de los trabajadores y se hizo delegado hasta su desaparición. Y una privada, con un hijo.
Cuando a Felipe lo secuestraron empezó la deriva para Eduardo. Por su historia personal, su padre había cortado amarras con su familia y Eduardo pasó sus primeros años de vida de casa en casa. Estuvo con amigos, con un juez de menores, quedó anotado con una partida de nacimiento donde no sólo no aparece el nombre de su madre sino tampoco de su padre: lleva el apellido de una de las mujeres de la casa de Flores. “Creo que eso fue pensado por mi papá para protegerme –dice–, me anotó como hijo de Elbia porque habrá pensado que llevar su nombre era peligroso.” A los cinco años, Eduardo vivía con Elbia. Revolviendo los armarios un día encontró los volantes que había distribuido la JP cuando se llevaron a su padre: “Vallese vive” o “Queremos vivo a Felipe”, leyó. Y la impresión fue tan fuerte que, dice, todavía se acuerda de aquel momento: “Me acuerdo de las firmas de la Unión Obrera Metalúrgica que en esa época me preguntaba ¿qué quiere decir UOM?”.
Tardó un año y medio en contar sus sospechas: “Me parecía que había algo raro. Quería saber qué pasaba porque cuando me preguntaban en el colegio quién era mi papá y quién era mi mamá, mis amigos decían tal o cual y yo no sabía qué decir”.
–¿Tiene esperanzas de encontrar a su madre?
–Tengo la esperanza porque saco cálculos y ella tendría 62 años. Inclusive mi papá alguna vez le dijo a Osvaldo Abdala el nombre de mi mamá. Ese hombre se lo olvidó pero entonces yo, como quien no quiere la cosa, lo llamo cada tanto por si se acuerda. No le miento, pero escribí 192 nombres de mujeres en un papel como disparador: un activador de memoria, por ahí el hombre empieza a leer nombre por nombre.
De la Peña tiene encima la lista. Los nombres ocupan cinco columnas de dos páginas. Ana, Leonora, Armenia o Vanesa. De origen criollo, italiano o inglés.
–¿Intentó hacer algún otro tipo de búsqueda?
–Sí, pero si tuviera el nombre. Porque no tengo el apellido, pero si tuviera el nombre al menos podría empezar. No sé, si se llamara Filomena trato de empezar a investigar sobre todas las Filomenas que existen en Argentina, en Belgrano, que nacieron entre tal año y tal año. Tendría una punta, de esta forma no tengo nada. No tengo nada.
–¿Buscó en el circuito de su papá cuál era?
–Es exactamente lo que pensé, si mi papá se movía dentro del radio de Flores, entonces yo me dije: él tendría que haber conocido a una chica de Flores, pero nada que ver. Pero tengo fundamentos, él vivía en Terrero y Canalejas. El mercado de mi abuelo estaba tres cuadras más arriba, en Donato Alvarez y Canalejas; mi papá tenía esa piecita en Morelos 628 y la fábrica estaba en Caracas y Canalejas. Y Plaza Irlanda estaba ahí.
El primer desaparecido
Bajo el título "Como en Chicago", el diario El Mundo publicó el 25 de agosto de 1962 lo que sigue: "Rarísimo suceso en Flores Norte, que la policía dice ignorar. Frente al 1776 de Canalejas, a las 23:30 del jueves, un hombre fue secuestrado. Desde hacía varios días, había autos ’sospechosos’ en las inmediaciones. Una estanciera gris frente a aquel número; un Chevrolet verde en Canalejas y Donato Álvarez. Y un Fiat 1100 color claro, en Trelles y Canalejas. Dentro de ellos, varios hombres. Y otros, en las inmediaciones de los coches. A la hora citada, el automóvil de Donato Álvarez hizo guiños con los focos, señalando el avance del ’hombre’. Le respondieron, y todos convergieron sobre él. Se le echaron encima y lo golpearon. Y pese a que se aferró con manos y uñas al árbol que está frente al número señalado, lo llevaron a la estanciera gris, que partió velozmente con las puertas abiertas...".
La información dice que varios vecinos, alarmados por los gritos, se acercaron al lugar. Un hombre armado con una pistola 45 los amenazó: "Esto no es para ustedes. Píquenselas si no quieren ligarla". Se tuvieron que ir, pero avisaron a la policía. Al día siguiente, el reportero de El Mundo preguntó en la comisaría 50. "Es la primera noticia que tenemos", le dijeron.
El secuestrado se llamaba Felipe Vallese, tenía 22 años y trabajaba como obrero metalúrgico. Era peronista. Es el primer desaparecido político de Argentina.
Alumno, obrero y militante
Felipe nació el 14 de abril de 1940 en el barrio de Flores. Su padre, Luis Vallese, un inmigrante italiano, era dueño de una verdulería y había sido afiliado al MPE (Movimiento Peronista de los Extranjeros). El joven vivió una infancia dolorosa. Cuando aún era pequeño, su madre fue internada en una institución para enfermos mentales. El padre no se pudo hacer cargo de su educación y lo internó desde los nueve hasta los 13 años en una especie de orfanato en Mercedes, provincia de Corrientes. De regreso a Buenos Aires, Felipe y su hermano Ítalo ayudan a don Luis en el negocio. En un momento difícil de la situación económica familiar, el muchacho regresa a Corrientes y trabaja en las cosechas de algodón y lino.
En 1957, Felipe asiste a una escuela secundaria nocturna y se gana la vida como operador de máquinas en TEA (Transfilación y Esmaltación de Alambres). Al año siguiente, lo eligen delegado sindical. Tiene 18 años. En febrero de 1958 desobedece, como varios otros compañeros, la orden de Perón de elegir a Arturo Frondizi para presidente y vota en blanco. Ese año participa de las movilizaciones estudiantiles en favor de la enseñanza laica y termina expulsado del colegio. También ese año va preso a la cárcel de Caseros, por organizar un paro. Vuelve a ser arrestado en enero 1959, por respaldar la huelga del frigorífico Lisandro de la Torre, en el barrio de Mataderos. Lo envían a un buque-cárcel de la marina junto con dirigentes más veteranos, como Sebastián Borro y Armando Cabo.
En abril de 1959, representantes de diversas agrupaciones juveniles peronistas realizan una asamblea general en el Sindicato de Empleados de Farmacia, cedido por Jorge Di Pascuale, el joven conductor del gremio, de 27 años. Del encuentro surge la Mesa Ejecutiva de la Juventud Peronista, integrada por Gustavo Rearte, Héctor Spina, Tito Bevilacqua, Tuli Ferrari y Felipe Vallese.
Cambio de guardia
A mediados de marzo de 1962, la Resistencia Peronista realiza atentados contra objetivos económicos en el interior del país, entre ellos el incendio de tanques de petróleo de la Shell en Córdoba. El gobierno de Arturo Frondizi aplica con intensidad el Plan de Conmoción Interna del Estado (Conintes). Más de 3.500 personas son detenidas; en su mayoría, peronistas que han contribuido con sus votos al triunfo del presidente que ahora los persigue y encarcela.
Un solo abogado presenta dos mil quinientos habeas corpus: su nombre es Fernando Torres y está vinculado desde 1954 a la Unión Obrera Metalúrgica. Entre los jóvenes militantes apresados y condenados a prisión, se encuentran Dardo Cabo, Carlos Alberto Burgos, Gustavo Rearte, Tuli Ferrari, Héctor Spina, Jorge Rulli, Envar el Kadri y Felipe Vallese. Casi todos ellos, con el paso de los años, se convertirán en figuras históricas de la Juventud Peronista, asociados a su etapa más combativa.
El constante uso de picanas eléctricas eleva el consumo de electricidad en las comisarías y los cuarteles. El diputado socialista Alfredo Palacios, a pesar de haber sido opositor a Perón, denuncia en el Congreso: "Hoy también se tortura en el estado de derecho".
El 27 de marzo de 1962 los militares destituyen a Frondizi y lo mandan preso a la isla de Martín García. Dos días después colocan en la Casa Rosada al presidente del Senado, José María Guido, un oscuro legislador por Río Negro.
En la mira
Ítalo Vallese, hermano de Felipe, relata que el muchacho y otros militantes juveniles que se reunían en el Sindicato del Calzado, en la calle Yatay, eran vigilados por la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE), poco conocida en aquellos años. "Más se conocía a la Coordinación Federal, organismo político represor de la Policía Federal, que aplicaba como método de tortura contra los militantes peronistas la conocida "parrilla", que consistía en acostar a los compañeros en los elásticos de hierro de las camas de aquellos años, mojarlos y aplicarles la picana eléctrica".
El hermano hace la siguiente narración: "El 23 de agosto de 1962, siendo aproximadamente las 23:00, Felipe sale de su casa. En Morelos y Canalejas (hoy Felipe Vallese) se despide de su hermano mayor, Ítalo. Se dirige por Canalejas hacia la calle Caracas. Al llegar a la altura de Canalejas al 1776, es interceptado por varios hombres. Se aferra a un árbol, tratando de aferrarse a la vida, como presintiendo que esta vez puede ser la última, como ya se lo habían advertido en otras oportunidades y pide ayuda. Para que se suelte, lo golpean. Logran reducirlo y lo introducen en una estanciera”.
Simultáneamente, en Plaza Irlanda, a pocas cuadras, otro grupo levanta a su hermano. Son trasladados a la comisaría primera de San Martín (provincia de Buenos Aires) y en días posteriores van siendo detenidos otros compañeros, compañeras y amigos de Felipe. En esta seccional son torturados y vejados. El 3 de septiembre recién se los "blanquea", bajo los cargos que Felipe poseía panfletos, libros y propaganda peronista. El caso toma estado público por la desaparición de estas personas. Dos jueces toman el caso, declaran falsas las acusaciones y después de tres meses de estar detenidos, torturados y humillados, son dejados en libertad. Pero Felipe Vallese no está entre ellos. Las informaciones que han podido anudarse permiten señalar que fue trasladado a un destacamento de José Ingenieros y luego a la comisaría de Villa Lynch. Es allí donde se pierde su existencia y se lo considera desaparecido. Se supone que murió en una de las sesiones de tortura".
"Me han reventado"
"Un hombre es torturado; sucumbe, o lo rematan, o se suicida; se escamotea su cadáver: no hay cadáver, por consiguiente no hay crimen. A veces un padre, una esposa, pregunta; se le responde: desaparecido, y el silencio vuelve a cerrarse".
La frase pertenece a la escritora francesa Simone de Beauvoir y aparece al comienzo del libro “Felipe Vallese - Proceso al sistema”, patrocinado por la Unión Obrera Metalúrgica y publicado en agosto de 1965. Los autores fueron los abogados Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, quienes contaron con la colaboración de Fernando Torres, asesor legal de la UOM.
El libro explica que el 7 de julio de 1962, poco más de un mes antes del secuestro, dos sargentos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, fueron muertos en un tiroteo en un taller de baterías para coches. La policía señala como autor de las muertes a Alberto Rearte, de la Juventud Peronista. Lo buscan, y como saben que Vallese es su amigo también se dirigen a él.
"Felipe está allí, en la primera de San Martín, en la que ha sido introducido por los fondos. Se queja de que `lo han reventado’. Mercedes (Cerviño, otra detenida) le grita que siga hablando. Pero poco después, ante el silencio, comprende que Felipe se ha desmayado. Al rato, la policía se lo lleva del calabozo, al que ya no vuelve".
Tres precursores de los años de plomo
El principal sospechoso de la muerte de Vallese es el oficial sub-inspector Juan Fiorillo, jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín, que entonces tenía 31 años. Él dirige el secuestro y las sesiones de tortura. Fiorillo tiene un hermano, oficial de Gendarmería, quien hace circular la versión de que Felipe "es comunista" y "se ha fugado a Cuba". Uno y otro tendrán varios discípulos en las décadas del 70 y el 80.
El policía reaparece en 1974 como integrante de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). Después del golpe militar del 24 de marzo de 1974, es lugarteniente del general Ramón Camps, jefe de la Policía de Buenos Aires. No pierde la costumbre: dirige el Comando de Operaciones Tácticas (COT) y tiene una oficina en la comisaría quinta, de La Plata, por donde pasan cientos de detenidos políticos. Con el apodo de "Tano" y "Saracho" es corresponsable del campo de concentración clandestino Omega, en la Capital Federal.
Fiorillo se retiró voluntariamente el 2 de diciembre de 1983 con el grado de comisario mayor, luego de ser jefe del Estado Mayor de la Policía. Era dueño de la agencia de vigilancia privada JF, en Vicente López, que fue clausurada en 2002 por el Ministerio de Seguridad de Buenos Aires.
Mientras la familia y los amigos buscan a Felipe, el Ministerio del Interior informa a los medios de comunicación que "el sumario administrativo arribó a la conclusión de que Vallese no estuvo nunca detenido en San Martín ni en ninguna otra dependencia subordinada a la jefatura de La Plata". El subsecretario del Interior es un abogado católico de 30 años, que mucho tiempo después publicará varios libros, entre ellos “Los pensadores de la libertad” (1986) y “Bajo el imperio de las ideas morales” (1987). Se llama Mariano Grondona.
* Secretaría de Comunicación y Difusión (ROBERTO BARDINI, AGENCIA CTA)FUE EL PRIMER CASO DE DESAPARICION DE LA HISTORIA ARGENTINA
Pero el comisario mayor retirado de la Policía bonaerense Juan Fiorillo fue detenido ayer —con el beneficio de cumplir la prisión preventiva en su domicilio— por la causa del rapto de una beba en 1976, Clara Anahí Mariani, hija de militantes montoneros, tras un operativo represivo.
En la época de la última dictadura, como brazo derecho del jefe de la Bonaerense de la época, el general Ramón Camps, Fiorillo había cumplido funciones clave en la estrategia de represión ilegal en la zona, como director del Comando de Operaciones Tácticas de la fuerza.
También se desempeñó como responsable del centro de detención clandestino Omega, en la Capital Federal, con el nombre de "Saracho".
El juez federal de La Plata Arnoldo Corazza decidió ayer ordenar la detención de Fiorillo a instancias de la abuela de la desaparecida Clara Anahí, Isabel Chorobik de Mariani, de Abuelas de Plaza de Mayo.
Tal vez por el caso de la niña secuestrada Fiorillo reciba una pena mayor que los escasos tres años de prisión, que no llegó a cumplir del todo, en 1971, por "privación ilegítima de la libertad" de Vallese junto con otros 38 policías. No se consideró en el caso la figura de homicidio.
Vallese, de apenas 22 años, había sido detenido por una patrulla policial ese 23 de agosto de 1962, en pleno gobierno títere de José María Guido, tras el golpe militar que había derrocado en marzo de ese año al presidente Arturo Frondizi.
La Policía estaba buscando al dirigente de la Juventud Peronista Alberto "Pocho" Rearte, hermano del referente del peronismo revolucionario Gustavo Rearte.
Felipe nunca fue liberado; tampoco apareció su cuerpo. Se supone que murió en una sesión de tortura comandada por el entonces joven oficial Fiorillo, de 31 años.
Un periodista, Pedro Leopoldo Barraza —quien años después trabajó en Clarín—, hizo una investigación sobre el caso en las revistas 18 de Marzo y Compañero que dilucidó las responsabilidades y fue fuente clave para la investigación judicial.
Esa investigación, en 1965, fue retomada en un libro por el luego asesinado diputado Rodolfo Ortega Peña y el actual secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.
Fiorillo salió de la cárcel en 1974, en pleno auge de la organización parapolicial Triple A, en cuya estructura se integró rápidamente.
El 31 de julio de ese año, la Triple A asesinó a Ortega Peña en pleno centro de la Capital Federal. Unos meses más tarde, el 13 de octubre, la organización secuestró a Barraza y le dio muerte, junto con el fotógrafo Carlos Laham. Dicen que Fiorillo habría estado entre los asesinos.
POCO ANTES DE QUE SE INICIARA EL JUICIO ORAL, JUAN FIORILLO FALLECIO PRESO EN SU CASA
Murió el asesino de Felipe Vallese
El ex comisario estaba acusado del asesinato del trabajador metalúrgico y militante de la Resistencia Peronista, considerado el primer desaparecido político. Una patota encabezada por Fiorillo lo golpeó y secuestró en 1962.
Tenía 76 años y una enfermedad terminal. Estaba acusado del secuestro y asesinato del delegado gremial Felipe Vallese e iba a ser juzgado por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Pero la muerte le llegó antes a Juan Fiorillo, comisario retirado de la policía bonaerense, en su casa de Villa Adelina donde cumplía arresto domiciliario. Vallese, considerado el primer desa-parecido político de la Argentina, fue secuestrado el 23 de agosto de 1962 durante la presidencia de José María Guido.
Cerca de la medianoche de aquella jornada, Fiorillo encabezó el procedimiento con un grupo de tareas de civil, en Capital, una jurisdicción vedada para la policía bonaerense. Según la reconstrucción de los abogados de la Unión Obrera Metalúrgica, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde (actual secretario de Derechos Humanos de la Nación), buscaban a Alberto Rearte, hermano de Gustavo, uno de los principales referentes de la Juventud Peronista. El relato de testigos indica que Vallese resistió con todas sus fuerzas la detención y se necesitaron varios hombres para desprenderlo de un árbol de la vereda de la vivienda de Canalejas 1776, que hoy lleva una placa en recuerdo del episodio. Ya inmovilizado fue conducido por el grupo parapolicial hasta un destacamento en San Martín y luego a la comisaría de Villa Lynch, donde según se reconstruyó, encontró la muerte en una sesión de tortura y su cuerpo nunca fue hallado. Cuando falleció tenía 22 años y desde hacía cuatro era delegado gremial de la empresa TEA (Trafilación y Esmaltación de Alambres) y un activo militante de la resistencia peronista.
Catorce años después, en noviembre de 1976, Fiorillo participó en el operativo de cuatro horas en el que la casa del matrimonio Mariani-Teruggi, en La Plata, fue rodeada, atacada y saqueada. Allí fueron asesinados Diana Teruggi y cuatro de sus compañeros de militancia, pero la menor Clara Anahí, de cinco meses, fue sustraída con vida de la casa e introducida al auto de Fiorillo, según la declaración de un ex policía que fue parte del procedimiento. Daniel Mariani no estaba en la vivienda pero fue secuestrado y asesinado meses después también en La Plata.
El comisario retirado, que ya había estado detenido por la desaparición de Vallese, iba a ser juzgado en los próximos meses, junto con otros represores, militares y policías, por secuestros, torturas y desapariciones ocurridas en el centro clandestino que funcionó en la comisaría quinta de La Plata. Estaba imputado también del secuestro de Clara Anahí Mariani.
Cuando secuestró a Vallese era jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional San Martín. Estaba sindicado como integrante, a partir de 1974, del grupo de tareas de la ultraderechista Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), y después del golpe de 1976 como uno de los más estrechos colaboradores del por aquel entonces jefe de la policía provincial, el genocida y torturador Ramón Camps. Durante la dictadura, Fiorillo ostentó el cargo de director del Comando de Operaciones Tácticas (COT) y tuvo oficinas en la comisaría quinta de La Plata. Según la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, por ese centro clandestino pasaron casi 200 secuestrados, de los cuales 62 están desaparecidos. Por la causa de la comisaría 5ª, Fiorillo fue detenido en mayo de 2006 y pasó a cumplir detención domiciliaria por orden del juez federal Arnaldo Corazza en su casa de Villa Adelina. Allí falleció después de padecer una enfermedad terminal que lo había mantenido postrado en los últimos días.
Una foja de servicios coherenteEl comisario Juan Fiorillo fue arrestado el martes (29/05/06) por su responsabilidad en secuestros y torturas de la comisaría quinta de La Plata. Estuvo implicado en el caso de Felipe Vallese. Está acusado de llevarse, en un operativo, a una beba que sigue desaparecida.
Por V. G., Página/12, 01/06/06
No hay duda de que se trata de un hombre consecuente. Fue identificado como el secuestrador del primer desaparecido por razones políticas del país, el obrero metalúrgico y militante de la juventud peronista Felipe Vallese, apresado el 23 de agosto de 1962. Fue integrante de la Triple A y la última dictadura le ofreció la oportunidad para moverse como un pez en el agua. Actualmente está señalado como responsable de más de cien casos de privación ilegal de la libertad y torturas y de llevarse personalmente envuelta en una frazada a Clara Anahí Mariani, una beba de cinco meses que sigue desaparecida. Se llama Juan Fiorillo y estuvo libre hasta el martes, cuando fue arrestado por orden del juez Arnaldo Corazza. Ahora está preso en su casa.
Felipe Vallese fue secuestrado el 23 de agosto de 1962 en la calle Canalejas (actualmente Felipe Vallese), por una patota de la Unidad Regional de San Martín. Tenía 22 años y su cuerpo nunca apareció, aunque fue visto en la comisaría de San Martín y en Villa Lynch y se sabe que fue torturado.
Fiorillo tenía 31, era jefe de la Brigada de Servicios Externos de la Unidad Regional de San Martín y comenzó su carrera represiva como el primer desaparecedor de personas. Pero no es por este caso que fue detenido el martes, sino por el prontuario que acumuló durante la última dictadura, aunque en ese entonces sus acciones se tradujeron en felicitaciones en su legajo personal.
Fiorillo estuvo un tiempo detenido por el crimen de Vallese y al recuperar la libertad se integró en la Triple A. En enero de 1976 estaba destinado a la Dirección General de Investigaciones con el grado de comisario inspector, pero sólo dos meses después del golpe de Estado fue ascendido a jefe del Departamento de Coordinación General de esa repartición. Terminó convirtiéndose en mano derecha de Miguel Osvaldo Etchecolatz, que era su superior inmediato.
Entre 1977 y 1978 trabajó –primero como segundo jefe y después como titular– en la Unidad Regional de La Plata. Esa dependencia tenía a su cargo las comisarías de la zona, entre ellas la quinta de la capital bonaerense, donde funcionó un centro clandestino de detención. Pero más allá de su responsabilidad mediata en desapariciones y torturas, varios testimonios dan cuenta de la participación directa de Fiorillo en esos crímenes.
En el Juicio por la Verdad de La Plata, el policía Lino Ojeda aseguró que Fiorillo era el jefe del grupo de tareas que ingresaba y sacaba a los detenidos encapuchados en coches sin patentes y que tenía su oficina en esa misma dependencia. El ex chofer de Etchecolatz, Hugo Alberto Guallama –que actualmente está procesado–, envió una carta a la Justicia, que luego ratificó personalmente, en la que narró detalles sobre la participación de Fiorillo en el secuestro de Clara Anahí Mariani, de cinco meses. La niña, hija de Daniel Mariani y Diana Teruggi, desapareció el 24 de noviembre de 1976, luego de que un operativo de las fuerzas conjuntas atacara la casa de sus padres, donde funcionaba una imprenta clandestina.
Diana Teruggi fue asesinada ese día; Daniel Mariani, que no estaba en la vivienda, unos meses después. Clara Anahí sobrevivió al ataque, pero hasta hoy no hay noticias acerca de su paradero. “Me informaron que duró el tiroteo entre cinco y seis horas, que a poco de iniciado se hizo presente el coronel (Ramón) Camps con su equipo de confianza (...) De los jefes superiores sé que estuvieron presentes Etchecolatz, González Conti, Forastiero y Fiorillo. De este último, de haber desaparecido una menor, sería el responsable, pues lo vieron cargar un bulto en su coche envuelto en una frazada”, aseguró en su declaración Guallama.
Fiorillo también está involucrado en el homicidio de Edgardo Sajón. El ex policía Carlos Hours dijo en el Juicio a las Juntas que el comisario era uno de los hombres que estaba en la escuela Juan Vucetich cuando asesinaron al secretario de Prensa del dictador Alejandro Agustín Lanusse.
En septiembre del año pasado, el fiscal Sergio Franco, a cargo de la unidad especial que interviene en las causas del terrorismo de Estado en La Plata, solicitó la detención de Fiorillo. Este martes, el juez Arnaldo Corazza concretó el arresto. El represor, que era dueño de una agencia de seguridad privada que fue clausurada por el Ministerio de Seguridad de la provincia, fue apresado en su casa de Villa Adelina. Durmió una noche en la DDI de La Plata y luego volvió a su vivienda, ya que como tiene 74 años logró que se le concediera el beneficio del arresto domiciliario.
MAS INFO EN "LUCHE Y VUELEVE.COM"
2 comentarios:
mi más sentido homenaje a la presencia que es aún hoy, felipe en mi familia y en el colectivo militante.
las palabras de jorge rulli rayan lo canallesco.
eva rearte
Eva, ojala podamos cntactarnos personalmente, tenemos mucho para hacer juntos seguramente...
escribime a atrapadosenlibertad@hotmail.com
o dejame alguna manera de contactarte.
abrazo grande!!!! y gracias por escribir!
Publicar un comentario